miércoles, 15 de febrero de 2012

EL DÍA DE REPOSO

Jehová es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón…Con mi cántico lo alabare (Salmo 28:7).

Agradezco a Dios desde estas páginas por haber escuchado y haberme dado una nueva oportunidad de vida. Yo era católica y siempre oraba con gran fe. Un día sintonicé un programa cristiano en la televisión, gracias al cual acepté al Señor Jesucristo como mi Salvador y empecé a conocerlo más de cerca. Poco después asistí a una cruzada evangelizadora. Le confesé al sacerdote mis experiencias con una iglesia evangélica, y él se molestó mucho. Me dijo que la Biblia no se lee, sino que se practica, y que lo que debía estudiar era mi propia religión. Por respeto no le contesté, aunque se me salieron las lágrimas. Me sentía arrepentida de todos mis pecados y le rogaba al Señor que me siguiera abriendo los ojos.
Un día, debido a que mi hijo había cambiado los controles del televisor, comencé a ver un programa adventista donde hablaban del verdadero día de reposo. Al oír aquello caí de rodillas pidiéndole perdón a Dios por no haber estado cumpliendo sus mandamientos. Me di cuenta de que la iglesia a la que asistía no obedecía ese mandato divino.
A partir de aquel día el Señor me fue mostrando la verdad acerca del día de reposo. Al orar sentía que Dios deseaba que la compartiera con la congregación evangélica que visitaba. El Señor incluso me mostró en repetidas ocasiones el texto de Jeremías 17: 19-27. Consideré que debía obedecerlo y así lo hice durante uno de los cultos. Pero el pastor se enojó y me dijo que él era el único responsable de lo que se decía o hacía en su iglesia.
Dios me fue mostrando varias cosas que se practicaban en aquella congregación que eran contrarias a lo que la Biblia enseña. Hasta que un día el Señor me dijo: «Sal de ella, pues tú eres pueblo mío».
Ahora soy miembro de la Iglesia Adventista y me siento feliz porque sé que Cristo vive. Él me ha cambiado tanto interior, como exteriormente. Soy guiada por el Espíritu Santo y disfruto de la presencia de mi Padre celestial.
Padre eterno, gracias porque tú peleas mis batallas y me das la victoria. En ti confío y me regocijo. Siempre te alabaré, mi precioso Señor. En Cristo Jesús te doy las gracias. Amén.

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Lidia Judith Morales escribe desde México.

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