jueves, 16 de febrero de 2012

NO ESCONDAMOS LA LUZ

«Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelera para que alumbre a todos los que están en casa» (Mateo 5: 14, 15).

Seguro que más de una vez se ha quedado sin luz en casa. Y no solo en casa sino que todo el barrio se ha quedado a oscuras. En las grandes ciudades una fuerte tormenta puede dejar sin luz a miles de familias.
Hace varios años, una noche nos quedamos sin luz en casa. Cuando esto sucede, solemos mirar por la ventana para asegurarnos de que no somos los únicos que están en oscuras. Esa vez, además de las luces de las casas, también se habían «pagado las de la calle. Como advertí que los vecinos estaban afuera, conversando, salí y me uní a ellos. Al cabo de un rato, volví a entrar y, ayudado con una linterna, busqué algunas velas.
Jesús dijo que nadie enciende una vela para luego cubrirla. Las velas se encienden para no tener que estar a oscuras. Si alguien enciende una vela y luego la cubre, pronto se apagará y dejará de dar luz. Estamos llamados a hacer que la luz del amor de Jesús brille a través de nosotros, si la escondemos, también dejará de brillar.
Cuando se fue la electricidad de nuestra casa aprendí dos cosas. La primera es que tenemos que asegurarnos de que nuestra casa está bien iluminada antes de pretender compartir la luz con los demás. La segunda es que, si no dejamos que la luz del amor de Dios brille en nuestro corazón y nuestra vida, nuestro amor por él se apagará. Quizá no sea de inmediato, pero acabará por suceder.
A veces nos da vergüenza que la gente sepa que seguimos a Jesús. Hay quienes dicen que los asuntos de fe son privados, aunque me pregunto cómo es posible que a nadie le importe compartir la buena noticia de que en el centro comercial están dando ofertas. Cierto que la fe es personal, pero en absoluto es privada, Jesús dijo: «Vosotros sois la luz del mundo»; y la luz no se esconde, se difunde.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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