lunes, 13 de febrero de 2012

¡QUÉ DIFÍCIL ES GUARDAR UN BUEN SECRETO!

Mira, no se lo digas a nadie; solamente ve y preséntate al sacerdote, y lleva [...] la ofrenda que ordenó Moisés. Marcos 1:44.

Otra de las buenas historias del pastor George Vandeman es la de un médico que encontró en la calle a un perrito con una pata quebrada. Al ver que el animalito se movía con dificultad, el doctor decidió llevarlo a su casa. Lo bañó, restauró el hueso a su lugar y le puso un entablillado para sostenerlo. A partir de ese momento, el perrito se encariñó con su benefactor.
Entonces ocurrió lo inesperado. Cuando el perrito sanó por completo, se fue de la casa. Después de buscarlo sin éxito alguno, el doctor sacó sus propias conclusiones: «¡Qué perro tan malagradecido! —pensó—. Estuvo en mi casa mientras necesitó mi ayuda, pero apenas sanó, desapareció del mapa».
Al día siguiente, el hombre escuchó un sonido extraño. Parecía que algo o alguien rasguñaba la puerta de la casa. Picado por la curiosidad, el doctor abrió la puerta y ¡vaya sorpresa! Era el perrito. Había regresado, pero no estaba solo. A su lado se encontraba otro perrito, ¡también con una pata herida! (Helpings for the Heart [Raciones para el corazón], p. 51).
Ahora el dilema había sido resuelto. El perrito sanado no pudo guardar el secreto. ¿Y quién lo podía culpar? ¡El problema con los buenos secretos es que es muy difícil guardarlos! Ese fue el caso del leproso a quien Jesús, después de sanarlo, le ordenó que no divulgara la noticia (ver Mar. 1:40-45). Pero apenas Jesús se dio media vuelta, el pueblo entero se enteró de lo sucedido.
¿No te ha pasado lo mismo? Si esa muchacha o muchacho de tus sueños finalmente te ha dicho que te ama, ¿cómo puedes callar? Si has sacado una calificación excelente en esa materia que te había dado tantos problemas, ¿cómo puedes callar?
Lo mismo debería suceder con la mejor de todas las noticias: Que Jesucristo vino a este mundo «a buscar y salvar lo que se había perdido» (Luc. 19:10), y que muy pronto regresará a esta tierra para llevarnos con él a casa. ¿No es esta una noticia demasiado buena como para mantenerla en secreto?
Gracias, Dios, por lo mucho que haces por mí cada día Ayúdame hoy a compartir el amor de Jesús con quienes me rodean.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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