domingo, 27 de mayo de 2012

¿ORGULLOSO YO?


Tras el orgullo viene el fracaso; tras la altanería, la caída. Proverbios 16:18

Pensemos por un momento en personas que son muy orgullosas. ¿Qué tienen en común? Tienen en común que se creen superiores a los demás. Se ven a sí mismos como más bonitos, más inteligentes, más talentosos, más simpáticos que el resto de la gente que los rodea.
Con mucha razón C. S. Lewis afirmó que el orgullo tiene su base en la comparación o la competencia (Cristianismo 31 nada más., p.123). El orgulloso siente placer, no tanto por ser poseedor de algo valioso, sino por tenerlo en mayor medida que los demás. Es así como la mujer orgullosa de su hermoso cuerpo se vanagloria, por sobre todas las cosas, porque es más bonita que «la competencia». Y el talentoso jugador de fútbol se jacta, no tanto por dominar este deporte, sino porque es el mejor del grupo.
Esta actitud, sin embargo, no es buena. De hecho, la Biblia condena el orgullo y sus similares (la vanagloria, la altivez, la arrogancia, etc.) en forma contundente. Dice, por ejemplo, que el orgullo acarrea deshonra (Prov. 11:2), va seguido del fracaso (16:18) y de la humillación (29:23).
¿A qué se debe esto? Basta pensar en la caída de Lucifer para saberlo: «¡Cómo caíste del cielo, lucero del amanecer! Fuiste derribado por el suelo, tú que [...] pensabas para tus adentros: "Voy a subir hasta el cielo; voy a poner mi trono sobre las estrellas de Dios; voy a sentarme allá lejos en el norte"» (Isa. 14:12-13).
Yo, yo y solamente yo. El problema de Lucifer no fue su belleza, ni su inteligencia. Su problema fue que se comparó con los demás y se vio a sí mismo como la súper maravilla de la creación. Subió tanto que la caída no pudo ser más estrepitosa.
Y tú, ¿sientes que eres brillante? ¿Tienes muchos talentos? ¿Un bonito cuerpo? ¿Un rostro atractivo? Ten en cuenta dos cosas. En primer lugar, no te compares, porque no eres ni mejor ni peor que nadie. Todos somos hijos del mismo Dios. En segundo lugar, dale gracias a tu Creador, porque nada tienes que él no te haya dado.
Gracias, Señor, por los talentos y dones que me has dado. Me propongo usarlos para tu gloría

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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