domingo, 9 de septiembre de 2012

COMUNIÓN CON DIOS


«Entonces el Rey dirá a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo"» (Mateo 25:34).

El reencuentro entre el hijo pródigo y su padre tuvo lugar antes de la celebración familiar.  Antes de que los siervos hubieran preparado la comida, antes de que se escuchara la música o hubiera celebración alguna en la familia, padre e hijo se saludaron y se reconciliaron. Poco le habría importado la música y los saludos de los sirvientes si, antes, no hubiese recibido el perdón de su padre.
Lo mismo ocurre con nosotros. Antes de pensar en el compañerismo con nuestros hermanos, es preciso que recuperemos la comunión con Dios. Antes de unirme a una iglesia tengo que unirme a mi Padre. Antes de que el pastor me tienda la mano de la comunión, quiero que la mano de mi Padre celestial me dé la bienvenida. Antes de que el pueblo de Dios me reconozca aquí quiero el reconocimiento privado del Padre que está en los cielos. Él da este reconocimiento a todos los que acuden a él como el hijo pródigo cuando acudió a su padre.
El perdón del padre vino antes que la fiesta. Sabemos que el hijo pródigo sería el invitado de honor, se sentaría a la mesa de su padre y comería el banquete que había sido preparado. Antes de todo eso, su padre lo perdonó. Sentarse en el lugar de honor sin antes haber sido perdonado lo habría incomodado.
Para los que hemos sido invitados a celebrar la salvación de Jesús, la Cena del Señor es dulce.  Comer la carne de Cristo y beber su sangre de manera simbólica en la Cena del Señor es una bendición. Con todo, quiero tener comunión con el Señor antes de acceder a ella. Quiero saber que, entre mi Padre y yo, todo está en orden.
Jermaine Washington y Michelle Stevens se reúnen tres veces al mes para Celebrar lo que ellas llaman un «almuerzo de acción de gracias». ¡Y con razón! Washington donó un riñón a Stevens, a quien describió como «nada más que una amiga». Se conocieron en el trabajo donde solían almorzar juntas. Un día, Michelle, llorando, comentó que estaba en una lista de espera para un trasplante de riñón y que tendría que esperar, al menos, once meses. Como Washington no .soportaba la idea de ver morir a su amiga, le donó uno de sus riñones.
Jesús quiere darle, no un riñón, sino un corazón nuevo, un corazón que sea turno el suyo. Basado en Lucas 15:11-32

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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