domingo, 16 de septiembre de 2012

«DAD A CONOCER SUS OBRAS»


«¡Alabad a Jehová, invocad su nombre, ¡dada conocer sus obras entre los pueblos!» (Salmo 105:1).

Cuesta imaginar que aquellos diez hombres que habían estado enfermos juntos y habían sido sanados juntos no hubieran mostrado su agradecimiento juntos. Al darles la bienvenida a casa, sus familiares les debieron preguntar cómo fueron sanados, a lo que los hombres debieron responder que Jesús era el autor de su sanación. ¿Se acordarían entonces de que ni siquiera le habían dado las gracias?
Jesús mismo debió entristecerse por su negligencia, porque preguntó: «¿No son diez los que han quedado limpios? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviera y diera gloria a Dios sino este extranjero?» (Luc. 17:17,18). Puedo percibir un tono de decepción en su voz. No cabe duda de que nuestro desagradecimiento apena al Señor. Ante lo que Jesús ha hecho por nosotros, nada que no sea el agradecimiento y la alabanza de todo corazón es adecuado.
En cierta ocasión, una mujer que deseaba estar bien con Dios le dijo a Charles Spurgeon, el famoso predicador del siglo XIX: «Si Jesús me salva, jamás oirá el final». Lo que quería decir era que ella nunca dejaría de dar las gracias a Jesús por lo que había hecho. Todos tendríamos que sentirnos así.
En cierta ocasión, dos viejos amigos se cruzaron por la calle. Uno de ellos parecía apenado, casi al borde del llanto. Su amigo le preguntó: —¿Qué te ha hecho el mundo? El que estaba triste le respondió:
—Deja que te cuente. Hace tres semanas, mi tía abuela, a quien apenas conocía, falleció. Me dejó casi cien millones de dólares en herencia. 
Su amigo le respondió:
—Eso es mucho dinero. El amigo triste continuó
—Luego, hace dos semanas, falleció un primo al que ni siquiera conocía y me dejó ochenta y cinco mil dólares libres de impuestos. 
—Es una bendición.
—No me entiendes —lo interrumpió—. La semana pasada murió un tío y me dejó cuarenta mil dólares.
Llegados a este punto, el otro amigo estaba completamente confundido. 
—Entonces, ¿por qué estás tan triste? 
El amigo triste respondió:
—¡Esta semana no ha caído nada de nada, ni un centavo! 
«Bueno os alabarte, Jehová, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo" (Sal, 92:1). Basado en Lucas 17:11-19

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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