miércoles, 28 de noviembre de 2012

NO HAY LUGAR MÁS SEGURO


Que todas las naciones de la tierra sepan que tú, Señor; eres el único Dios. 2 Reyes 19:19

Uno de los grandes reyes del pueblo judío fue, sin duda, Ezequías. Su éxito fue tan grande que el registro sagrado dice que «entre todos los reyes de Judá... no hubo ninguno como él» (2 Rey. 18:5,6). ¿Cuál fue el secreto de su éxito? Dice la Escritura que «Ezequías puso su confianza en el Señor, el Dios de Israel» (vers. 5). Mientras confió en Dios, nada ni nadie pudo contra él.
Un día, los temibles ejércitos asirios bajo el mando de Senaquerib comenzaron a amenazar con conquistar Jerusalén. Ante las murallas de la ciudad, los mensajeros de Senaquerib se burlaron de Dios, de Ezequías y del pueblo judío. ¿Qué hizo Ezequías? Oró a Dios (ver 2 Rey. 19:14-19). La respuesta no tardó mucho en llegar. Esa misma noche un ángel de Dios mató a 185,000 hombres del ejército asirio.
Poco después Ezequías enfermó gravemente. Por medio de Isaías Dios le informó al rey que debía ordenar sus cosas porque moriría (2 Rey. 20:1-7). Cuando escuchó esta terrible noticia, ¿qué hizo el rey? Nuevamente, oró a Dios. Y Dios escuchó su súplica: le añadió quince años de vida (vers. 6).
Luego vino una tercera prueba. Cuando el rey de Babilonia supo que Ezequías había sanado, le envió regalos por medio de sus embajadores. Ezequías los atendió con mucha cortesía, pero cometió un grave error: les mostró todos los tesoros de su reino. En lugar de hablarles del Dios de Israel, quien milagrosamente lo había salvado en dos ocasiones, su orgullo lo llevó a revelar secretos de estado a una nación enemiga. Años más tarde los babilonios saquearían todos esos tesoros.
Ezequías superó grandes pruebas mientras se apoyó en Dios. Pero fracasó cuando se olvidó de Dios. Su historia nos enseña que cuando vengan las pruebas hay un lugar al que con toda confianza siempre podemos acudir: al trono de Dios.
Ya se trate de una crisis severa, de una tentación fuerte, o de algo que parezca insignificante, tu Padre celestial te recibirá con los brazos abiertos. Él escuchará tu oración y, en el momento oportuno, te dará mucho más de lo que puedes imaginar.

Padre celestial, gracias porque siempre puedo acudir a ti en busca de ayuda, confiado en que nunca me rechazarás

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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