domingo, 8 de abril de 2012

EL PERDÓN EN LA PRÁCTICA


Pero sí no perdonáis sus ofensas a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas (Mateo 6:15).

Tal vez podrías decir. «Si Dios ya conoce mi corazón y necesidades, ¿para qué tengo que orar?». Porque «orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo. No es que se necesite esto para darle a conocer a Dios lo que somos, sino que a fin de capacitarnos para recibirlo.  La oración no baja a Dios hacia nosotros, sino que nos eleva a él» (E! camino a Cristo, cap. 11, p. 138).
Cuando le abrimos el corazón a Dios no solamente se conmueve por nuestra súplica, sino que se siente autorizado para intervenir en nosotros. Dios es el único que nos puede dar un espíritu perdonador, así como esa paz que  «supera todo entendimiento» (Fil. 4:7).
Así como el primer paso para llegar al perdón es orar, el segundo paso es meditar en todo lo que Dios hizo por ti y por mí en la cruz. Cuando contemplo mi pasado puedo ver un mucho dolor en él, pero si lo comparo con el sacrificio y el dolor de mi Jesús, tan solo puedo caer de rodillas y agradecer a mi Padre celestial por su infinita gracia y su maravilloso don. ¡Qué grandioso fue su perdón!
El tener paso es pedir a Dios que nos conceda un nuevo corazón.  Necesitamos entregar a Dios nuestros sentimientos y emociones. Piensa en la siguiente promesa: «Os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros.  Quitaré de vosotros el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne» (Eze. 36:26). Únicamente cuando nuestro corazón rebose de su perdón y amor podremos hacer aquello que humanamente es imposible: perdonar. ¿Ocurrirá eso de inmediato? Tal vez no, pero Dios tiene sus tiempos.
Cada dolor humano es único para Dios. Él trabajará con nosotros en la forma más conveniente. «Nuestro Padre celestial tiene, para proveernos de lo que necesitamos, mil maneras de las cuales no sabemos nada» (El Deseado de todas las gentes, cap. 35, p. 301). Pidamos que se que se haga su voluntad en nuestras vidas.
El cuarto paso es decir en voz alta: «Decido perdonar a quién lo ha dicho o hecho algo en mi contra». Es importante que digamos concretamente el problema que queremos perdonar, y que mencionemos a Dios aquellas palabras y acciones que nos causaron dolor. Habrá sanidad al reconocer nuestros dolores y admitir que son reales. No los escondamos, no los ignoremos, no pretendamos que se han ido.  Saquémoslos fuera del corazón entregándoselos a Dios.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Sherie Lynn Vela

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