viernes, 18 de enero de 2013

DE LA MANO DEL PADRE

Señor, hazme conocer tus caminos, muéstrame tus sendas. Encamíname en tu verdad, ¡enséñame! Tú eres mi Dios y Salvador; ¡en ti pongo mi esperanza todo el día! Salmo 25:4-5

Cuando era niña había un juego que disfrutaba mucho. Lo jugábamos mi papá y yo cuando recorríamos el camino de la iglesia a la casa por las noches. Yo ponía mi manito sobre la suya y cerraba los ojos. Durante el trayecto, mis pies se movían hacia adelante confiando solamente en las indicaciones que él me daba. Nunca dudaba, siempre confiaba en sus palabras, y siempre llegué a casa sana y salva. ¡Era mi papá! No había lugar para el miedo ni los titubeos. ¡Yo sabía que me llevaría a casa!
Ahora que soy adulta y traslado aquella vivencia infantil a la relación con mi Padre celestial, me surgen algunos interrogantes: ¿Por qué no puedo dejar dócilmente que él me guíe? ¿Por qué me lleno de temor? ¿Por qué abro los ojos a este mundo y pierdo la fe? ¿Por qué dudo de las indicaciones de Dios? ¿Por qué a veces pienso que por el camino que él me propone ir nunca llegaré al hogar? ¿Perder la niñez implicará también perder la cándida inocencia de quien confía plenamente en su padre? ¿Será por eso que Jesucristo dijo: «Les aseguro que a menos que, ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos» (Mat. 18:3)?
Amiga, te exhorto a que todo aquello que has ganado al llegar a la edad adulta, no te arrebate la inocencia de la niña que confía plenamente en su padre. Pon tu mano en la del Padre celestial, y deja que sea él quien trace tu ruta en este día, sin miedos ni dudas. Estoy segura de que cada paso que des te llevará más cerca del hogar eterno. Cuando tu pie vacile, recuerda su promesa: «Yo soy el Señor tu Dios, que te enseña lo que te conviene, que te guía por el camino en que debes andar» (Isa. 48:17).
Si las circunstancias te han puesto en una encrucijada y no sabes hacia dónde debes dirigirte, pídele a Dios que te indique cuál es el camino. Si se te presenta un sendero lleno de obstáculos, suplica que te otorgue poder para que puedas salir vencedora. Si la oscuridad es tan densa que te resulta imposible ver el camino, implora con fe para que la luz del Espíritu Santo te ilumine y puedas saber por dónde debes andar.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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