jueves, 17 de enero de 2013

DIOS NOS HABLA

¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? Lucas 24:32.

Después de la muerte de Cristo, dos discípulos que iban camino a Emaús desde Jerusalén hablaban sobre las escenas de la crucifixión. Cristo misino se les acercó, sin ser reconocido por los tristes viajeros. Su fe había muerto con su Señor, y sus ojos, enceguecidos por la incredulidad, no reconocieron a su Salvador resucitado. Jesús, al caminar a su lado, anhelaba revelarse a sí mismo ante ellos, pero se dirigió a ellos meramente como compañeros de viaje y les preguntó: "¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?" Sorprendidos por la pregunta, le preguntaron si era extranjero en Jerusalén y si no había oído que un profeta, poderoso en palabra y obra, había sido crucificado. "Nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel", contestaron con tristeza.
"¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! —dijo Jesús— ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían" (Lúe. 24:13-27).
Los discípulos habían perdido de vista las preciosas promesas conectadas con las profecías de la muerte de Cristo, pero cuando estas fueron traídas a la memoria, la fe revivió; y después que Cristo se les reveló, exclamaron: "¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?"...
Si escudriñáramos las Escrituras, nuestro corazón ardería dentro de nosotros a medida que la verdad revelada en ellas se abriera a nuestra comprensión. Si reclamáramos las preciosas promesas repartidas como perlas a lo largo de los Escritos Sagrados, nuestras esperanzas se iluminarían. Si estudiáramos la historia de los patriarcas y profetas, hombres que amaban y temían a Dios y caminaban con él, nuestras almas brillarían con el espíritu que los animó a ellos...
Algunos preguntan: ¿Cuál es la causa de la carencia de poder espiritual en las iglesias? La respuesta es: permitimos que nuestra mente sea apartada de la Palabra. .. La Palabra del Dios viviente no ha sido meramente escrita, sino hablada. Es la voz de Dios que nos habla, tan ciertamente como si pudiéramos escucharla con nuestros oídos. Si advirtiéramos esto, con cuánta reverencia abriríamos la Palabra de Dios, con cuánto fervor estudiaríamos sus páginas.— Review and Herald, 31 de marzo de 1903.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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