lunes, 21 de enero de 2013

EL DEBER DEL MAYORDOMO

El que reparte, [que lo haga] con liberalidad. Romanos 12:8.

La liberalidad es un deber que no debe descuidarse de ninguna manera; pero ni el rico ni el pobre debe pensar por un instante que sus ofrendas a Dios pueden expiar sus defectos de carácter... El gran apóstol dice: "Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve" (1 Cor. 13:3)...
El Señor pide nuestros dones y ofrendas para cultivar un espíritu de benevolencia en nosotros. Él no depende de los medios de los hombres para sostener su causa. El declara por el profeta: "Mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados" (Sal. 50:10)...
Podría convertir a los ángeles en embajadores de su verdad. Habría podido revelar su voluntad por medio de su propia voz cuando proclamó la ley desde el Sinaí. Pero ha elegido emplear a los hombres para que hagan su obra. Y la vida puede ser una bendición para nosotros únicamente en la medida en que cumplimos el propósito divino para el cual fuimos creados. Todas las buenas dádivas que Dios hace al hombre constituirán una maldición a menos que este las emplee para hacer felices a sus semejantes y para promover la causa de Dios en el mundo.
La Majestad del cielo cedió su elevada autoridad, su gloria con el Padre y hasta su propia vida para salvarnos. Y ahora, ¿qué haremos por él? Dios prohíbe que sus hijos profesos vivan para sí mismos... Es en esta vida que él requiere que traigamos todos nuestros talentos a la mesa de los inversionistas...
No debemos percibir el diezmo como el límite de nuestra liberalidad. A los judíos se les requería traer a Dios numerosas ofrendas aparte del diezmo; ¿y nosotros, que disfrutamos de las bendiciones del evangelio, no debiéramos hacer lo mismo para sostener la causa de Dios que lo que se hizo en la dispensación antigua, menos favorecida? Según se extiende sobre la tierra la obra para nuestro tiempo, los pedidos de ayuda aumentan constantemente...
Solamente cuando deseemos que el Padre infinito cese de proporcionarnos sus dones, podremos exclamar con impaciencia: ¿Tendremos que dar siempre? No solo deberíamos devolver siempre nuestros diezmos a Dios que él reclama como suyos, sino además llevar un tributo a su tesorería como una ofrenda de gratitud. Llevemos a nuestro Creador, rebosantes de gozo, las primicias de su generosidad: nuestras posesiones más escogidas y nuestro servicio mejor y más piadoso.— Review and Herald, 9 de febrero de 1886.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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