lunes, 11 de marzo de 2013

LA SANTIFICACIÓN VERDADERA Y LA FALSA


Por sus frutos los conoceréis. Mateo 7:20.

Jesús vino al mundo porque la raza humana estaba bajo sentencia de muerte por sus transgresiones. Su obra era traerlos de vuelta a la lealtad a la ley de Dios, la que Pablo declara que es "santa, justa y buena". El guardó los mandamientos de su Padre. Los que por el arrepentimiento y la obediencia demuestran su aprecio por la salvación que él vino a traer, mostrarán la obra del Espíritu en su corazón. Y la vida constituye la prueba. "Por sus frutos los conoceréis" (Mat. 7:20). "El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él" (1 Juan 2:4).
Pero a pesar de estos testimonios inspirados sobre la naturaleza del pecado, muchos aseguran estar santificados y ser incapaces de pecar, mientras constantemente transgreden la ley de Dios...
No todo el que pretende ser santo es verdaderamente santo. Los que son registrados como santos en los libros del cielo no están al tanto del hecho, y son los últimos en presumir de su propia bondad. Ninguno de los profetas y apóstoles alguna vez profesó santidad, ni siquiera Daniel, Pablo o Juan. Los justos nunca hacen gala de tal pretensión. A medida que se asemejan más a Cristo, más lamentan su desemejanza a él, porque su conciencia es sensible y consideran el pecado de manera más parecida a la de Dios...
La única posición segura para nosotros es considerarnos pecadores que necesitamos la gracia divina diariamente. Nuestro único alegato es la misericordia por medio de la sangre expiatoria de Cristo... Quienes tienen la verdad como se revela en esa Palabra Santa deben sostenerse en la plataforma de la verdad, y depender de un "escrito está"...
Dios tiene grandes bendiciones para otorgar a su pueblo. Ellos pueden tener "la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento" (Fil. 4:7). Ellos pueden "comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo", y ser "llenos de toda la plenitud de Dios" (Efe. 3:18-19). Pero Cristo se manifestará solo a los que son mansos y humildes de corazón. Aquellos a quienes Dios justifica son representados por el publicano, no por el fariseo autosuficiente. La humildad nace del cielo, y nadie puede entrar por las puertas de perla sin ella. Sin que se la declare conscientemente, brilla en la iglesia y en el mundo, y brillará en las cortes celestiales.— Signs of the Times, 26 de febrero de 1885.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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