viernes, 12 de abril de 2013

UN MAESTRO DE JUSTICIA

Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Juan 8:31,32.

Jesús dice: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mat. 11:29). Jesús fue el Maestro más singular que el mundo jamás conociera. Presentaba la verdad mediante declaraciones claras y convincentes, y las ilustraciones que utilizaba eran de un carácter puro y elevado...
En su Sermón del Monte, Cristo dio la interpretación verdadera de las Escrituras del Antiguo Testamento, explicando la verdad que había sido pervertida por los gobernantes, los escribas y los fariseos. ¡Qué significado tan amplio le confiere a la ley de Dios! El mismo había proclamado la ley cuando las estrellas de la mañana cantaban juntas y todos los hijos de Dios clamaban de gozo. Cristo mismo era el fundamento de todo el sistema judío, el fin de los tipos, los símbolos y los sacrificios. Envuelto en el pilar de nubes, él mismo había dado indicaciones específicas a Moisés para la nación judía, y él era el único que podía dispersar la multitud de errores que se habían acumulado acerca de la verdad por medio de máximas y tradiciones humanas...
Él elevó la verdad, para que como una luz iluminara la oscuridad moral del mundo. Rescató cada gema de la verdad de la basura de las tradiciones y máximas humanas, y exaltó la verdad hasta el trono de Dios de donde había provenido... La orientación de su vida se encontraba en un contraste tan marcado con la de los escribas y fariseos y los maestros religiosos de aquel día, que estos quedaron manifiestos como sepulcros blanqueados, fingidores hipócritas a la religión, que buscaban exaltarse a sí mismos por una profesión de santidad, mientras que por dentro estaban llenos de pasiones y toda inmundicia. No podían tolerar la verdadera santidad, el celo genuino por Dios, que era el rasgo distintivo del carácter de Cristo; porque la verdadera religión proyectaba un reflejo sobre su espíritu y prácticas... En el corazón de Jesús no había odio por nada excepto el pecado. Podrían haberlo recibido como el Mesías si hubiera manifestado simplemente su poder para hacer milagros y se hubiera abstenido de denunciar el pecado, de condenar sus pasiones corruptas y de pronunciar la maldición de Dios sobre su idolatría; pero debido a que él no permitía el mal, aunque sanara a los enfermos, abriría los ojos de los ciegos y resucitara a los muertos, no tenían otra cosa sino crueles abusos, celo, envidia, maquinaciones y odio para el divino Maestro.- Review and Herald, 6 de agosto 1895; parcialmente en Exaltad a Jesús, p. 175.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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