miércoles, 25 de julio de 2012

LA OBEDIENCIA ES PEDAGOGÍA


«El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos  que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado» (1 Juan 3:24).

Un adolescente echó mano de un tabaco. Se dirigió a un callejón donde nadie lo viera y lo encendió. Sabía a rayos pero hacía que se sintiera mayor, hasta que vio a su padre. Rápidamente, el joven se llevó el cigarrillo a la espalda y trató de ser lo más natural que pudo. Durante un momento, padre e hijo bromearon. Luego, tratando de desviar cuanto fuera posible la atención de su padre, el muchacho vio una valla publicitaria que anunciaba un circo.
—¿Puedo ir, papá? —preguntó—. ¿Puedo ir al circo cuando llegue a la ciudad?.  ¡Por favor, papá!
La respuesta de su padre fue tal que jamás la olvidaría (y nosotros haremos bien en recordarla).
—Hijo —respondió tranquilamente, pero con firmeza—, una de las primeras lecciones que tienes que aprender de la vida es que jamás puedes pedir nada mientras, al mismo tiempo, intentas ocultar una desobediencia humeante detrás de la espalda.
Los caballos árabes pasan por un riguroso proceso de doma en los desiertos del Próximo Oriente.  El domador les exige obediencia absoluta y los pone a prueba para ver si están completamente formados.  La prueba final casi supera la capacidad de resistencia de cualquier ser vivo. El domador obliga a los caballos a pasar varios días sin agua. Luego los suelta y, como es de esperar, empiezan a galopar hacia el agua. Pero justo en el momento en que llegan al abrevadero, antes de que puedan hundir el hocico y beber, el domador hace sonar el silbato. Los caballos que están completamente domados y han aprendido a ser absolutamente obedientes, se detienen, dan media vuelta y regresan al paso junto al domador. Tiemblan porque desean, ansían, beber; pero, perfectamente obedientes, esperan. Cuando el domador está seguro de que tiene su obediencia, les hace una señal para que regresen a beber. Quizá pueda parecer duro, pero cuando se está en el desierto de Arabia, donde no hay caminos y la vida depende de un caballo, es mejor que esté domado y sea obediente.
Tendremos la seguridad de ser salvos cuando hayamos aprendido a obedecer plenamente a nuestro Padre celestial. Basado en Lucas 6:46

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

martes, 24 de julio de 2012

UN SUCIO ZAFIRO


«Más radiantes que la nieve eran sus príncipes, y más blancos que la leche; más rosado que el coral era su cuerpo; su apariencia era la del zafiro. Pero ahora se ven más sucios que el hollín; en la calle nadie los reconoce. Su piel, reseca como la leña, se les pega a los huesos» (Lamentaciones 4:7,8).

El versículo de hoy dice que la apariencia de sus príncipes era la del zafiro. Sin embargo, al caminar por las calles ahora encontramos que se ven «más sucios que el hollín». Qué triste. ¿Cómo el pueblo de Dios pudo pasar de ser algo tan hermoso a ser algo tan feo? ¿Cómo pudo pasar de ser tan precioso como el zafiro, una valiosa piedra, a verse tan sucio? Porque se pusieron a sí mismos en primer lugar y sacaron a Dios de sus vidas.
Dios quiere que lo pongamos en primer lugar.  No porque él quiera atención, sino porque él sabe que si nos ponemos a nosotros o a otras cosas en primer lugar nos meteremos en problemas. Siempre creemos saber qué es lo  mejor para nosotros, cuando en realidad el único que sabe eso es Dios. Él es el único que puede guiar nuestros pasos de manera segura al cielo.  Yo quiero poder salir un día a caminar y disfrutar de la naturaleza en el cielo, ¿y tú? ¡Pon a Dios en el primer lugar de tu vida, y podrás disfrutar junto a Jesús de las caminatas por la naturaleza que daremos en el cielo!

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

PEQUEÑA Y VENENOSA


Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! (Santiago 3:5).

La mayor parte de nosotros tiene la tendencia a ver mejor que hay en nuestras vidas y a resaltar lo peor que creemos existe en las vidas de los demás. Es más, a menudo encontramos que es más fácil reprochar que elogiar a alguien.
Se cuenta de una mujer que calumnió a su pastor. Arrepentida, fue a pedirle perdón. El pastor la perdonó, no sin antes entregarle un sobre que contenía un puñado de plumas. Le pidió que saliera a la calle, se parara frente a la iglesia y soltara las plumas al aire. Tras haber seguido las indicaciones del ministro, la dama regresó para decirle que había cumplido con su petición. Esta vez, el pastor le entregó un sobre vacío y le pidió que regresara al lugar donde había soltado las plumas, y que recogiera hasta la última de ellas.
La mujer cumplió nuevamente con las indicciones recibidas. Sin embargo, se dio cuenta de que era imposible encontrar todas las plumas, por lo que trajo de vuelta el sobre prácticamente vacío. Entonces, el ministro comento: «Después de que se lanzan calumnias o críticas destructivas, es imposible reparar todo el daño causado».
Es interesante notar que el versículo de hoy afirma que la lengua puede hacer grandes daños. Esto quiere decir que todos en algún momento quizá hayamos hecho declaraciones que han causado daño. ¡Es muy fácil repetir, comentar, exagerar o criticar alguna acción o falta ajena! Muchas veces pensamos que estamos autorizados para hablar o repetir algún hecho. Sin embargo, si lo que vamos a decir no es edificante, ¿para qué repetirlo?
Hemos de desarrollar el hábito de ver cualidades en el prójimo y de hablar bien de los demás. La Palabra de Dios aconseja repetidamente no murmurar, juzgar o criticar a los demás. No usemos la lengua para engrandecer el mal. Utilicémosla para expresar bendición, gloría y alabanza a nuestro Creador, y para reconocer lo bueno en nuestros seres amados y en nuestros semejantes.  Hermana mía, no permitamos que la lengua se apodere de nuestra vida.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Dalia Castrejón-Castro

DIOS VE EL CUADRO COMPLETO


He encontrado en David, hijo de Isaí, un hombre conforme a mi corazón. Hechos 13:22, NVI.

¿Te has preguntado alguna vez por qué si David pecó tan gravemente al cometer á adulterio con Betsabé, Dios lo llama «un hombre conforme a mi corazón» (Hech. 13:22, NVI)/
¿Cómo puede Dios decir esto de un hombre que en un momento de su vida cayó tan bajo? He aquí la respuesta: Porque el propósito del corazón de David siempre fue servir a Dios. Que no siempre lo haya logrado, es otra cosa. Pero la disposición de su corazón, su deseo, siempre fue el de agradar a Dios.
Y esto le gustaba a Dios. ¿Por qué? Una cita de El camino a Cristo nos da la respuesta: «El carácter se da a conocer, no por las obras buenas o malas que de vez en cuando se ejecutan, sino por la tendencia de las palabras y de los actos habituales en la vida diaria» (p. 86, el destacado es nuestro).
Dios miraba a David con buenos ojos, porque el corazón de David no estaba dividido. Pertenecía a Dios. Y esta es una excelente noticia: A Dios le agradaba el corazón de David, no porque era perfecto o porque nunca se equivocaba. Lo amaba porque la disposición, el deseo de su corazón era siempre hacer lo bueno. Y porque los actos habituales de su vida eran rectos.
Lo que nos enseña la vida de David es que cuando Dios te mira, no se detiene en los puntos oscuros de tu vida. No concentra su atención en los lunares o en las manchas que ensucian tu pasado. No. Para él, esos son hechos aislados; representan la excepción, no la regla. Él sabe que eso que ocurrió y de lo cual te has arrepentido, en realidad nada tiene que ver con tu persona. Dios ve el cuadro completo. Y al ver tu vida en su totalidad, observa que la tendencia, la disposición de tu corazón, es hacia lo bueno.
Dios aprecia tus mejores esfuerzos por hacer el bien. Y también entiende que eres humano, sujeto a cometer errores y aun a pecar. Por eso está más que dispuesto a recibirte con sus brazos abiertos cuando, después de haber caído, lo buscas con corazón arrepentido.
Gracias, Padre amado, porque no te concentras en lo malo que he hecho, sino en la tendencia de mis pensamientos,

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

LA OBEDIENCIA ES UN DON


«Y cualquiera cosa que pidamos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de él» (1 Juan 3: 22).

A menos que tengamos el propósito de obedecer sus mandamientos, jamás sabremos de verdad qué es amar a Dios. En última instancia, el amor no se identifica por lo que es, porque es un misterio. Sin embargo, sí podemos identificarlo por lo que hace, porque siempre obedece según el conocimiento que tiene.
Decir que nos salva la fe y no la obediencia es cierto. Desde que el pecado entró en el mundo, jamás ha sido posible salvarse mediante la obediencia. La obediencia no tiene nada que ver con el cómo, sino con el qué. En lugar de hablar de la obediencia cuando discutimos sobre cómo ser salvos, tenemos que referimos a ella como algo que la salvación trae a la vida del cristiano.
Seguro que ha oído decir que la obediencia es nuestra respuesta al amor de Jesús. A primera vista, puede parecer correcto y bueno.
Pero, por más que lo intente, cometo errores y no siempre soy todo lo obediente que debiera. Aunque amo a Jesús con todo mi corazón, a veces hago lo que no tengo hacer y otras no hago lo que tengo que hacer. ¿Cómo responder a este dilema?
La obediencia no es algo que yo le dé a Dios, sino que él me da a mí. La obediencia es, a la vez, un don de Dios y perdón para los pecados. ¿Quiere eso decir que Dios hace su parte perdonándome y yo hago la mía obedeciendo? No, todo cuanto interviene en nuestra salvación es para alabanza y gloria de Jesucristo, nuestro Dios y Salvador.
Quien base su salvación en la fe en Jesús recibirá dos cosas: (1) perdón para sus pecados y (2) el deseo de obedecer. La salvación es y hace esto como resultado de la fe en Jesús.
En la vida cristiana, la fe y la obediencia tienen la misma relación que en el corazón se establece entre las aurículas y los ventrículos: son inseparables. Jamás pueden trabajar de manera independiente. Una persona perdonada siempre orar pidiendo obedecer.
Obedecer de corazón la voluntad de Dios no es legalismo. Es un don maravilloso que Dios otorga a quienes aceptan a Jesús como su Señor y Salvador. ¿Ha aceptado el don de la obediencia que Dios le otorga? Basado en Lucas 6: 46

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

lunes, 23 de julio de 2012

FRÍAMENTE CALCULADO


«Tienen tanta sed los niños de pecho que la lengua se les pega al paladar. Piden los niños pan, pero no hay nadie que se lo dé» (Lamentaciones 4:4).

¿Alguna vez se te ha pegado la lengua al paladar? Los pobres bebés del versículo de hoy están tan sedientos y secos que sus lenguas se les pegan al paladar ¡Qué sufrimiento el de esos pequeños!
Espero que tu paladar nunca llegue a estar así de seco, pero hoy te voy a enseñar un pequeño truco con la lengua y el paladar ¿Alguna vez has comido helado rápidamente? ¿Qué ocurre? ¿Te duele la cabeza, verdad? ¡Se siente como si tu cerebro se estuviera congelando! En ese momento pega tu lengua al paladar; y te sentirás mejor mucho más rápido. Eso ocurre porque tu lengua calienta el techo de tu boca y hace que la sangre que fluye hacia el cerebro alcance su temperatura normal.
A veces la gente puede ser tan fría como el helado. Incluso calculan de manera fría el daño que hacen a los demás. Como un seguidor de Jesús puedes hacer que las cosas alcancen su temperatura normal. Sé siempre bondadoso y amigable y muéstrate dispuesto a ayudar a los que te rodean. Si eres una persona cálida, puedes calentar de forma lenta, pero con seguridad, a todos aquellos que actúan fríamente al hacer el mal.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LAS MANOS

Entonces le fueron presentados unos niños para que pusiera las manos sobre ellos  orara; pero los discípulos los reprendieron (Mateo 19:13).

Un día, mientras estaba sentada en una silla con las manos en mi regazo, procedí a mirármelas con una atención e interés inusuales. Pensé en lo útiles que pueden ser las manos, ya sea que tengan una apariencia delicada, o se vean maltratadas y arrugadas. Se dice que las manos son una viva expresión de la persona. Cuando deseas consolar a alguien lo acaricias con cariño; a un niño cuando llora lo tomas de las manos para luego llevarlo hasta tu pecho. Asimismo, para quienes no poseen el don del habla, son un medio eficaz de comunicación.
Hay unas manos en extremo hermosas; unas manos que un día fueron clavadas en una cruz para mostrar al mundo el gran amor de su dueño. Esas manos fueron horadadas para que todos nosotros encontráramos en él la solución al pecado, la muerte y el dolor. Las manos de nuestro amante Salvador siempre están extendidas hacia nosotros. Fueron el medio que utilizó para curar a los enfermos, y el que utilizaron los apóstoles al seguir su ejemplo: «Sobre los enfermos pondrán sus manos y sanarán» (Mar. 16:18).
En Emaús, el Señor tuvo que mostrarles las manos a dos de sus discípulos, con el fin de que creyeran que era él: «Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy.  Palpad y ved» (Luc. 24:39). Elena G. de White afirma: «El amante Jesús la guiará paso a paso con tal de que usted ponga su mano en la de él y le permita que le guíe» (Cada día con Dios, p. 61).
La incredulidad nos lleva en ocasiones a imitar a Tomás: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré» (Juan 20:25).
Jesús está dispuesto, como lo estuvo en el pasado, a que hurguemos en sus llagas y heridas, por doloroso que sea. Sus manos reflejan amor, misericordia y salvación. Hermana, ¡ojalá que el Señor nos enseñe a utilizar nuestras manos como un instrumento de amor en la misma forma en que él las empleó!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Rosita Val

UNA «FELIZ» EQUIVOCACIÓN


El Señor te pondrá en el primer lugar y no en el último. Deuteronomio 28:13.

Juancito era uno de esos alumnos que ningún maestro quiere tener en su clase. Molestaba a sus compañeros, y no le daba importancia a sus calificaciones. Hasta que ocurrió algo muy curioso, según cuenta el escritor James Dobson.
Un día se celebraba la reunión de padres y representantes con los maestros de la escuela. Entonces la mamá de Juancito se acercó al nuevo maestro de su hijo.
—Maestro, ¿cómo se está portando mi Juancito?
—Señora, usted no tiene idea de lo feliz que me siento al tener a Juancito en mi clase. Me llena de satisfacción ser su maestro.
La asombrada madre agradeció al maestro esas palabras y, al llegar a su casa, le contó a su hijo lo ocurrido. Lo que ella no sabía es que había otro Juancito en la clase (Juancito «el bueno»), y que el maestro se estaba refiriendo a ese otro, no a Juancito «el malo».
Al día siguiente Juancito, «el malo» se acercó a su maestro.
—Mi madre me contó lo que usted le dijo. Jamás un maestro dijo eso de mí.
Ese día Juancito hizo sus tareas escolares y no fastidió a sus compañeros. Al regresar a su casa hizo sus tareas sin que nadie lo obligara. Y en los días que siguieron, sucedió exactamente lo mismo. En poco tiempo, Juancito llegó a ser uno de los mejores alumnos de la clase (en Alice Gray, Stories for the Family 's Heart [Relatos para el corazón familiar], p. 82).
¿Qué produjo el milagro? La «feliz» equivocación de un maestro que se expresó bien de un alumno «malo», creyendo que se trataba del «bueno». Al parecer, Juancito «el malo» solo necesitaba que alguien, aunque fuera por equivocación, le dijera una palabrita de estímulo.
¿Hay en tu familia o entre tus amigos alguien al que todos consideran «un fracaso»? Quizás todo lo que necesita esa persona es una palabra de ánimo. Y quizás tú eres la persona que podría decirle esa palabra.
¿O eres tú ese que los demás consideran un fracaso? Pues si este es el caso, no aceptes que nadie te diga que no sirves. Recuerda que Dios te ha dado talentos para que estés «en primer lugar, no en el último».
Nunca dejes de creer en ti, porque Dios cree en ti.
Amado Padre, hoy quiero hacer lo mejor, e inspirar a otros a hacer lo mismo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala