martes, 4 de diciembre de 2012

JESÚS, EL INOXIDABLE


«Se han oxidado su oro y su plata. Ese óxido dará testimonio contra ustedes y consumirá como fuego sus cuerpos. Han amontonado riquezas, ¡y eso que estamos en los últimos tiempos!» (Santiago 5:3, NVI).

Al terminar nuestra travesía por el libro de Santiago encontramos estas duras palabras. Santiago está hablando con alguien que tiene oro y plata, y le está diciendo que estos se han oxidado. ¿Sabes qué es el óxido? ¿Alguna vez has visto un metal oxidado? El óxido es corrosión. El óxido aparece cuando el metal y el aire húmedo entran en contacto. El aire de por sí se come el metal. Pero en todas partes hay aire, ¿verdad? ¿Por qué entonces no todos los metales se oxidan? Porque la mayoría de ellos están cubiertos de pintura u otro material que evita que el aire los toque.
A algunas personas les preocupa mucho el hecho de tener dinero. La Biblia dice que Dios cuidará de nosotros y que no deberíamos preocuparnos por tener el dinero necesario para vivir.  El versículo de hoy nos dice que el oro y la plata se oxidarán de todas maneras. Cuando morimos, de nada nos sirve el dinero que tenemos. No podremos comprar nada en el cielo con él. Jesús es lo único que importa. Él no se deteriora ni se oxida. Él no nos abandonará jamás. Mientras esperamos el segundo regreso de Jesús a esta tierra, dejemos de preocuparnos por cosas como el dinero. Jesús nos dará todo lo que necesitamos.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

UN SENCILLO PROCESO


Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. (Génesis 1:26)

Al pensar en la anatomía y en la fisiología del cuerpo humano me sorprendo ante la sencillez del proceso relatado en el libro de Génesis: «Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente» (Gen. 2:7). Así, tan sencillo, cuando en realidad nuestro organismo es tan complejo y delicado.
Nuestro cuerpo tiene la facultad de producir algunas sustancias, así como la de eliminar los desechos hacia el medio externo. Algunos de esos desechos son muy tóxicos, provienen de la oxidación de los alimentos. Los riñones son órganos que se encargan de separar de la sangre diversas sustancias nocivas que esta contiene, y cumplen además la función de filtrar el plasma sanguíneo, lo que permite mantener en estado óptimo nuestro interior.
«Nuestro cuerpo es propiedad de Cristo, comprada por él mismo, y no es lícito hacer de ese cuerpo lo que nos plazca. Cuantos entienden las leyes de la salud implantadas en ellos por Dios, deben sentirse obligados a obedecerlas. La obediencia a las leyes de la higiene es una obligación personal. A nosotros mismos nos toca sufrir las consecuencias de la violación de esas leyes. Cada cual tendrá que responder ante Dios por sus hábitos y prácticas. Por tanto, la pregunta que nos incumbe no es: "¿Cuál es la costumbre del mundo?" sino "¿Cómo debo conservar la habitación que Dios me dio?"» (El ministerio de curación, pp. 345-346).
Así como nuestro organismo, nosotras también hemos de producir y eliminar. Hemos de producir fuerza de voluntad y buenas obras a través de la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Hemos de eliminar todas aquellas sustancias de desecho que nos alejan de Dios.
Para mantener nuestra estabilidad espiritual, hemos de despojarnos de todo el peso del pecado que nos asedia y ser constantes en la oración y en el estudio diario de la Palabra de Dios.
Señor, gracias porque a través de tu amor puede filtrarse y eliminarse todo aquello que podría perjudicar mi relación contigo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Ivon Brown

LOS COBARDES «MUEREN» VARIAS VECES


Cuando Pilato vio que no conseguía nada [...], mandó traer agua y se lavó las manos delante de todos. Mateo 27:24.

«Los cobardes —escribe Frank S. Mead— mueren varias veces; los valientes, solo una».
Si hay un personaje de la historia a quien se aplican estas palabras, con pasmosa exactitud, ese es Poncio Pilato. Cuando los sacerdotes judíos le llevaron a Jesús para que lo juzgara, Pilato se dio cuenta de las intenciones malignas de esos hombres. Al mismo tiempo, percibió en Jesús una nobleza de carácter que contradecía abiertamente a sus acusadores. Al darse cuenta de que las acusaciones no tenían fundamento alguno, era su deber liberarlo. Pero no lo hizo. En cambio, intentó una táctica tras otra, sin que ninguna le funcionara.
¿Qué impidió que Pilato hiciera lo que él sabía que era su deber? Por un lado, temió perder su puesto. Por el otro, tuvo miedo a los líderes judíos. Y ellos se dieron cuenta. Vieron que este hombre vacilaba entre el deber y la complacencia, y no desperdiciaron las oportunidades que esa vacilación les proporcionó.
Un hecho en particular reveló a los líderes judíos la debilidad de Pilato. Ya había dicho que nada digno de muerte encontraba en Jesús, pero ordenó que fuese azotado (ver Luc. 23:16,22). Si lo consideraba inocente, ¿por qué tenía que azotarlo? ¡Por favor! Jamás se azota a un hombre acusado de ser criminal si se sabe que es inocente, a menos que se quiera complacer a sus acusadores. Con ese acto, Pilato mostró que estaba dispuesto a sacrificar «un poquito» su sentido de lo recto si con ello podía dejar contento a todo el mundo. Pero no le funcionó.
Luego pretendió eludir responsabilidades lavándose las manos (Mat. 27:24), pero ya su conciencia estaba manchada. Ese día, algo murió adentro de él. Se dice que al final terminó perdiendo el puesto que tanto cuidó y, «atormentado por el remordimiento [...], poco después de la crucifixión, se quitó la vida» (El Deseado de todas las gentes, p. 700).
Apreciado joven, hay situaciones en la vida en las que no hacer lo correcto es tan malo como hacer lo incorrecto. Si no hoy, mañana, te tocará decidir si obedecer o no a los dictados de tu conciencia. Cuando esto suceda, decide ser fiel a tus convicciones de lo recto. Dios estará contigo. Y cuando llegue la noche, podrás dormir tranquilo.
Padre mío, que cuando el deber llame a mi puerta, yo siempre pueda darle bienvenida.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

NUESTROS OJOS NO HAN VISTO


«Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis» (Juan 14:3).

¿Le gusta imaginarse cómo será el cielo? En una semana de oración que dirigía en una universidad adventista, el sermón había versado sobre la venida de Jesús. Durante el mismo, se me había ocurrido mencionar que en el cielo, la relación marido-mujer no será como la hemos conocido en la tierra. Más tarde, una joven se me acercó y expresó su decepción al respecto. En otro momento, un hermano me comentó que, si él y su esposa no podían tener intimidad en el cielo, no quería ir.
Un día, un saduceo se acercó a Jesús y le planteó una situación imaginaria en la que una mujer, viuda de siete maridos, había muerto. Luego le preguntó a Jesús cuál de los siete sería su esposo en el cielo. La respuesta de Jesús fue: «Los que son tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan ni se dan en casamiento, porque ya no pueden morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios al ser hijos de la resurrección» (Luc. 20:35,36).
Me encontraba comiendo en un restaurante cuando vi a una pareja que estaba sentada en uno de los reservados. Junto a ellos, en un cochecito de bebé, dormía una niña de unos seis años de edad. Después de observarla con más detenimiento, noté que algo no andaba bien. Cuando, después de comer, salíamos del restaurante, vi que los padres daban de comer a la niña y entonces me di cuenta de que padecía una discapacidad. Aunque, como es de suponer, no los conocía, puse la mano en el hombro de la madre y dije: «Cuando Jesús venga, sanará a su hija».
Es muy difícil imaginar cómo será vivir en la tierra nueva. Pero una cosa sí sabemos: «Ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron» (Apoc. 21:4). No habrá niñas discapacitadas, ciegas ni cojas. «Antes bien, como está escrito: "Cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman"» (1 Cor. 2:9). Basado en Juan 14:1-10.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

lunes, 3 de diciembre de 2012

UN MANANTIAL DE ALABANZA


«De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Puede acaso brotar de una misma fuente agua dulce y agua salada?» (Santiago 3:10,11, NVI).

A comienzos del año hablamos sobre los manantiales. De la mayoría de los manantiales brota agua dulce, pero también hay manantiales de agua salada. En el estado de Ohio, en Estados Unidos, hay un manantial de agua salada. Este manantial es salado porque antes del que el agua salga a la superficie pasa a través de rocas saladas por debajo de la tierra.
El versículo de hoy nos dice que así como solo podemos encontrar un tipo de agua saliendo de un manantial, también debería salir de nuestras bocas un solo tipo de palabras. No deberían salir buenas y malas palabras de una misma boca. Desafortunadamente, eso es lo que ocurre con la mayoría de las personas, ¿no es así?
Es necesario que cada día nos acerquemos más y más a Jesús. Debemos pedirle que nos ayude con las palabras que salen de nuestra boca. Necesitamos leer su Palabra para que esta permanezca en nuestra mente. Así como el manantial de agua salada se forma por la sal que hay debajo de la tierra, las palabras de alabanza brotan de una mente que está llena de Dios. ¡Llena hoy tu mente de Jesús y de tu boca saldrá un manantial de alabanzas!

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

YO CONOZCO TUS OBRAS


Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos. (Apocalipsis 2:2).

«Yo conozco muy bien tu vida» es una expresión muy usual cuando hay un conflicto o queremos sacar ventaja de nuestras relaciones interpersonales. Claro que siempre hay personas que nos conocen lo suficiente para decir eso, cuanto más aquel que todo lo ve y todo lo conoce.
En el mensaje a las siete iglesias leemos:

  • Yo conozco tus obras, tu duro trabajo y tu perseverancia. Sé que no puedes soportar a los malvados, y que has puesto a prueba a todos aquellos que dicen ser cristianos y no lo son.
  • Yo conozco tus sufrimientos y tu pobreza, ¡sin embargo, eres rico! Sé cómo te calumnian los que dicen ser cristianos, pero en realidad son una sinagoga de Satanás.
  • Yo sé dónde vives: donde Satanás tiene su trono, sin embargo, sigues fiel a mi nombre. No renegaste de tu fe en mí, ni siquiera en los días más difíciles.
  • Yo conozco tus obras, tu amor y tu fe, tu servicio y tu perseverancia, y sé que tus últimas obras son más abundantes que las primeras. Sin embargo, toleras a los que pervierten la verdad.
  • Yo conozco tus obras; tienes fama de estar vivo, pero en realidad estás muerto. ¡Despierta! Revive lo que aún es rescatable, pues no he encontrado que tus obras sean perfectas delante de mí, dice el Señor.
  • Yo conozco tus obras. Mira que delante de ti he dejado abierta una puerta que nadie puede cerrar. Ya sé que tus fuerzas son pocas, pero has obedecido mi Palabra y no has renegado de mi nombre.
  • Yo conozco tus obras; sé que no eres ni frío ni caliente, ojalá fueras lo uno o lo otro, porque si no, te vomitare de mi boca.

¿Cuáles son tus obras? Sean cuales fueren, no hay por qué temer, ya que aquel que nos conoce es nuestro hermano mayor, nuestro abogado, nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones, defensor y consolador.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Digna Elvira

DIJO «NO» AL REY


Pero la reina [Vasti] se negó a cumplir la orden que el rey le había dado por medio de sus hombres de confianza. Ester 1:12

Recuerdas a Vasti, la reina que fue destronada por desobedecer una orden de su esposo, el rey Asuero? Dicen las Escrituras que en el tercer año de su reinado, Asuero dio una fiesta en honor a todos los altos funcionarios de su gobierno. Esta no fue una fiesta cualquiera, pues duró nada menos que seis meses. Después de esa «fiestecita» ofreció otra, de «solo» siete días, durante la cual por orden real se repartió vino a todos los habitantes de Susa, la capital de su reino.
Aquí viene la parte interesante. Cuando la fiesta llegaba a su final, Asuero dio la orden a algunos de sus funcionarios de que trajeran a Vasti, la reina, «luciendo su corona real, para que el pueblo y los grandes personajes pudieran admirar su belleza» (Ester 1:11). Pero Vasti dijo «no». Y el rey, como puedes imaginar, se enojó mucho. Consultó a sus consejeros y ellos recomendaron que la reina Vasti fuera depuesta, alegando que había dado un mal ejemplo a las demás mujeres del reino. Y el rey así lo ordenó.
¿Hizo Vasti lo correcto? ¿Tú qué piensas? No sabemos exactamente por qué la reina se negó a exhibir su belleza ante los presentes en la fiesta. Lo que sí podemos suponer con certeza es que las razones deben haber sido muy poderosas porque, ¿qué reina va a querer desprenderse de su trono por cualquier tontería?
Aunque no podemos probar nada, parece muy razonable suponer que Vasti consideró inapropiado o deshonroso exhibir su belleza ante personas que habían estado tomando alcohol durante siete días seguidos. En otras palabras, entre el trono y el honor, escogió el honor. Entre el trono y sus convicciones, escogió sus convicciones. Y si estas fueron en realidad sus razones, entonces su conducta es digna de admiración y de respeto. Es verdad que perdió su corona real, pero conservó una corona de mucho mayor valor, una que nadie le pudo quitar: la de su dignidad como persona, la del respeto propio. Porque ¿qué es el respeto propio? ¿No es, acaso, la consideración que damos a nuestro sentido de lo recto, a nuestra convicciones?

Señor Jesús, al igual que tú, ayúdame a ser fiel a mis convicciones.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

PODRÍAMOS SER UNA BENDICIÓN EXTRAORDINARIA


«Hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2:8).

Cuanto más nos parezcamos a Cristo, más nos esforzaremos por servir a los que nos rodean. Un siervo es aquel que se preocupa por los actos y los intereses de su amo. Siempre está dispuesto a mostrarle a su amo que solo quiere hacer lo que le complace y le es de provecho. Jesús vivió para agradar a su Padre, por lo que nosotros tenemos que vivir para agradar a Jesús.
¿Qué obra quiere Cristo que hagamos? La forma de servirlo, nos dice él, es convertirnos en siervos de nuestros hermanos y hermanas en la fe y estar dispuestos a hacer cualquier cosa, por costosa, aburrida o humilde que sea, para ayudarlos. Tal como mostró en la última cena, cuando tomó el lugar del siervo y lavó los pies de los discípulos, nos enseñó qué es realmente amar.
Ser como Jesús implica que querremos vivir para bendecir a los demás. La razón por la que a menudo no somos una bendición para los demás estriba en que pensamos que, gracias a los dones que Dios nos otorgó, somos superiores a ellos o, cuando menos, sus iguales. Si del Señor aprendiésemos a ayudar a los demás con el espíritu de un siervo, podríamos ser una gran bendición.
Al lavar los pies de sus discípulos, Jesús hacía dos cosas: (1) ministraba físicamente, lavando y refrescando sus pies y (2) ministraba espiritualmente, dándoles un ejemplo. Cuando las iglesias socorren las necesidades físicas de los demás, la gente suele abrir el corazón y está dispuesta a escuchar el evangelio.
Así trabajaba Jesús. «Mientras él pasaba por los pueblos y las ciudades, era como una corriente vital que difundía vida y gozo por dondequiera que fuese. Los seguidores de Cristo han de trabajar como él obró. Hemos de alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos y consolar a los dolientes y afligidos. Hemos de ministrar a los que desesperan e inspirar confianza a los descorazonados» (El Deseado de todas las gentes, cap. 37, p. 323).
«Si nos humilláramos delante de Dios, si fuéramos bondadosos, corteses, compasivos y piadosos, habría cien conversiones a la verdad donde ahora hay una sola» (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 152). Basado en Juan 13:15.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill