sábado, 8 de agosto de 2009

NO ERES MI JEFE

Así que quien se opone a la autoridad, va en contra de lo que Dios ha ordenado. Romanos 13:2.

No me digas qué tengo que hacer. Tú no eres mi jefe». ¿Alguna vez escuchaste a alguien que dijera eso? Y tú, ¿lo dijiste, quizá a un hermano o una hermana mayor? A nadie le gusta que alguien le diga qué tiene que hacer. De hecho, si se nos dejase, acabaríamos con toda autoridad. Libertad total. Ninguna norma que seguir, nadie dándonos la tabarra diciendo que hagamos tal o cual cosa. Si nos dejasen, votaríamos por eso. ¿O no? Piensa en cómo sería si la gente fuese libre de hacer lo que le viniera en ganas. Si tuvieses una magnífica tabla de snow o una carísima bicicleta de montaña el vecino de al lado se la podría llevar. Si las personas no tuviesen que obedecer las normas de circulación podrían conducir a cualquier velocidad sin respetar las señales de alto. Jamás te sentirías seguro a cruzar la calle. Las tiendas tendrían que cerrar. Si todas las normas fuesen suprimidas, la gente podría robar lo que quisiera. Toda la economía se colapsaría. Cuando se eliminan las normas, la seguridad y la prosperidad desaparecen. Después de que los Israelitas salieran de Egipto, Jetro, el suegro de Moisés, lo aconsejó que buscara líderes que lo ayudaran a llevar la responsabilidad de guiar al pueblo de Dios. Tan pronto como el plan de organización fue puesto en práctica, las cosas fueron mucho mejor. La sociedad funciona mejor cuando cooperamos con los que tienen la autoridad, ya sean nuestros padres, los maestros, los supervisores del trabajo, los policías o los líderes del gobierno. Cuando respetamos a los que tienen la responsabilidad honramos a Dios y ayudamos a construir una comunidad mejor.

Tomado de la Matutina El viaje Increíble.

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