sábado, 19 de septiembre de 2009

UNA LECCIÓN EN SPACE MOUNTAIN

La maldad habla al malvado en lo íntimo de su corazón. Jamás tiene él presente que hay que temer a Dios. Salmo 36:1

Ayer te hablé de cuando nos pusimos a la cola de Space Mountain. Hoy quiero hablarte de la lección que aprendí cuando, finalmente, conseguí subir a ella. Primero tienes que saber que no me gustan las alturas. Cuando tenía catorce años me subí a una pequeña noria y me asusté tanto que grité hasta que el asistente me permitió salir. Así que ya puedes ver que nunca debí dejar que mis amigos me hablasen maravillas de Space Mountain. Después de guardar una cola que se nos hizo eterna, finalmente, llegamos a la puerta. Tom y yo entramos en uno de los pequeños cohetes y el asistente nos abrochó el cinturón de seguridad. Hasta aquí, todo bien. Pero tan pronto como empleado soltó el freno y empezamos a movernos, decidí que no quería montar en Space Mountain. —¡Pare! ¡He cambiado de opinión! Antes lo hubiese hecho. Las guías que tenía debajo desaparecieron y salí catapultada hacia el más aterrador minuto de mi vida. Pienso que aquí tengo una importante lección espiritual. Cuando estaba en la noria, podía salir sin mucha dificultad. Pero una vez que me monté en la atracción de Disney World, mi libertad había desaparecido. Me gustase o no, iría donde fuese el cohete. Satanás quiere que pensemos que podemos coquetear con las sustancias adictivas y alejarnos de ellas siempre que queramos. Pero el alcohol, los cigarrillos y las drogas tienen la manera de quedarse con nuestra vida. Antes de que nos demos cuenta habremos perdido el control y, lo que es peor, ellos nos controlarán a nosotros. Cada vez que tomes la decisión de abstenerte de sustancias dañinas te proteges de la adicción y el sufrimiento. Las personas más afortunadas no son las que han conseguido dejar de fumar, de beber y de tomar drogas, sino las que fueron suficientemente sabias para no empezar nunca.

Tomado de la Matutina El Vieja Increíble.

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