miércoles, 21 de octubre de 2009

INTÉNTALO OTRA VEZ

Meditaré en tus preceptos y pondré mi atención en tus caminos. Me alegraré con tus leyes y no rae olvidaré de tu palabra. Salmo 119: 15, 16

Cuando mi hermana Kim se puso por primera vez los esquís y bajó por la ladera de la colina recordó los Juegos Olímpicos de Invierno que todavía estaban frescos en su memoria. Ver a los esquiadores mientras bajaban sin esfuerzo por las laderas la convenció de que esquiar sería muy fácil. Por eso Kim, fue, con algunos amigos de la academia, a una estación de esquí para pasar el día. Se puso los esquís y se subió en el telesquí hasta la cima de la colina. Desde ese punto privilegiado se dio cuenta de que bajar no sería tan sencillo como había pensado. Después de caer más veces de las que se habría atrevido a contar, Kim abandonó los sueños olímpicos. Se quitó la nieve que le había quedado pegada a la ropa, devolvió el equipo a la tienda de alquiler y se fue a casa. Pasarían muchos años hasta que volviera a ponerse unos esquís en los pies. ¿Alguna vez trataste el estudio de la Biblia como si fuera un deporte? Si va bien, sigues adelante. Si no ves resultados inmediatos, te encoges de hombros y dices: «Bueno, no era para mí. Me dedicaré a otra cosa». Muy pocos piensan que el estudio de la Biblia es emocionante desde el principio. Muy pocos verán grandes cambios en su vida. Es algo parecido a aprender a tocar el piano. Empiezas con canciones facilitas. Pero si no abandonas, finalmente puedes tocar Para Elisa, de Beethoven, o el Vals del minuto, de Chopin. Lleva su tiempo. Nada que realmente valga la pena sucede de un día para otro. Los beneficios de estudiar la Biblia se acumulan a medida que dedicas más y más tiempo a la Palabra de Dios. Lo impor­tante es seguir leyendo.

Tomado de la Matutina El Vieja Increíble.

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