viernes, 5 de marzo de 2010

HOGAR, DULCE HOGAR

No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde y o estoy, vosotros también estéis (S.Juan 14:1-3).
Cuando pienso en mi hogar, a menudo me remonto a mi hermoso país, Barbados, y a pasar tiempo con mi madre, que tiene 91 años de edad, y los demás miembros de mi familia. Siento una cálida emoción cuando miro a través de la ventana del avión mientras desciende por la pista. La emoción dura poco tiempo, porque cuando desembarcamos, debemos caminar apresuradamente hasta la zona de las aduanas.
Esperamos pacientemente con nuestros pasaportes en las manos, mientras observamos los rostros serios de los oficiales de aduana. Oramos en silencio, para que nos toque el indicado y que no revuelva nuestro equipaje. Las últimas veces que viajamos, tuvimos la suerte de que un maletero era familiar de uno de los oficiales de aduana. Y ahora él nos hace señas para que lo sigamos. El oficial de aduana nos pregunta si tenemos algo que declarar. Como no tenemos nada que declarar, sella nuestros papeles de inmigración después de realizarnos algunas otras preguntas.
Cuando llegamos a la zona de espera, miramos ansiosamente para ver si alguien vino a buscarnos. ¡Qué desilusión, no hay nadie! Llamo a mi madre por teléfono, y ella se conmociona al escuchar mi voz, diciendo que nos esperaban al día siguiente. Para evitar otra hora de espera, tomamos un taxi. Finalmente llegamos a casa cansados, con hambre, exhaustos; sin embargo, ese sentimiento pronto desaparece porque al fin estamos en nuestro hogar. Mi madre nos recibe con los brazos abiertos.
Hay otro hogar al que añoro llegar: mi hogar celestial. No necesitamos hacer una fila larga para que sellen nuestros pasaportes o que revisen nuestro equipaje. En realidad no habrá necesidad de equipaje ni de pasaporte. No habrá temor de los oficiales de aduana y no habrá confusión con la hora de llegada. Y lo mejor de todo será que mi Salvador estará allí, para saludarnos con sus palabras "bienvenidos al hogar, hijos míos; ¡los he estado esperando!"
Yo extraño mi hogar celestial ¿y tú?
Shirley C. Iheanacho
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken

No hay comentarios:

Publicar un comentario