miércoles, 25 de mayo de 2011

CIEGOS QUE VEN

¿Teniendo ojos no veis, y teniendo oídos no oís? (Marcos 8:18).

Aunque a lo largo de mi vida he dedicado más tiempo a desarrollar mi talento musical, la poesía llega hasta mí como una joya de la literatura que me lleva a sentir una magia absolutamente especial. Mi esposo, a quien considero un excelente declamador, conserva una libreta en la que, cuando era joven, recopilaba hermosas poesías de las más variadas fuentes. En estos días la tome en mis manos y, mientras la hojeaba, mis ojos recorrieron la historia de la niña ciega que vio a Dios. He querido compartirla hoy contigo con el deseo de que encuentres en ella una fuente de inspiración para el día que tienes por delante.
«¡Que ciego es el mundo, madre, /que ciegos los hombres son! / Piensan, madre, que no existe / más luz que la luz del sol. / Cuando en los paseos, / cuando por las calles voy, / todas las gentes me miran / y me tienen compasión. / Y oigo que hombres y mujeres / murmuran a media voz: / "¡Pobre ciega, pobre ciega, / que no ve la luz del sol!" / Hay muchos que ven el cielo / y el transparente color / de las nubes, de los mares / la perpetua agitación, / más cuyos ojos no alcanzan / a descubrir al Señor / que tiene leyes eternas, / que sujeta a la Creación».
¿Gozas del privilegio de ver a Dios? Aunque el don de la vista es realmente apreciado, los que podemos usarlo corremos el peligro de volvernos ciegos ante la belleza cotidiana. Nos quejamos y añoramos la comodidad y la prosperidad y, aunque nada de eso es malo, no debemos descuidar la verdadera belleza que proviene de un corazón agradecido a Dios por sus múltiples y habituales bendiciones. Reconocer en todo lo que te rodea la belleza inigualable y las bendiciones insuperables que Dios te obsequia diariamente, te dará una perspectiva mucho más clara de cómo es ese Dios que tanto te ama y se preocupa por ti.
Disfruta esa luz celestial, esa luz que te alumbrara aun cuando el sol se retire y la oscuridad parezca prevalecer.
Para ver la luz de Dios no necesitas tus ojos, sino tu corazón.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

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