lunes, 14 de noviembre de 2011

¿SAPO DE OTRO POZO O CÓMODOS?

Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor. Hechos 11:21.

Soledad y Micaela llegaron a mi oficina y me dijeron: "Capellán, queremos bautizarnos; ¿qué tenemos que hacer?" Las atendí con sorpresa porque nunca me habían manifestado tan abiertamente ese deseo, y aunque apenas nos conocíamos, entablamos un lindo diálogo. Al finalizar la conversación, fijamos un día y un horario semanal para estudiar la Biblia por temas y les aconsejé: "Comiencen a asistir a la iglesia e intégrense en sus actividades".
A la semana siguiente cuando nos encontramos para estudiar las Escrituras, les pregunté si habían asistido a la iglesia y me respondieron: "Sí capellán, fuimos, pero no fue muy agradable. Chicos que nos conocían del colegio ni nos miraron, así que nos sentimos como sapos de otro pozo. ¿Siempre va a ser así?" Con un poco de dolor en mi corazón, intenté explicarles que en la iglesia no todos van por amor a Jesús, y tristemente muchos demuestran su vida inconversa incluso en el templo.
Una de las hermosas características de los primeros cristianos fue que vivían con "alegría y sencillez de corazón" (Hech. 2:46). Nadie se creía más que otra persona, todos se amaban y se respetaban, y a cada persona nueva se la atendía con mucho cariño, para que también aceptara a Jesús como Salvador. El relato bíblico de los primeros capítulos de Hechos de los Apóstoles describe una comunidad ideal, donde todos participaban en la ganancia de almas, algunos con la predicación y otros con el buen espíritu de hacer sentir bien a los demás.
Soy consciente de que no todos están capacitados para predicar desde el frente o para dar estudios bíblicos en los hogares, pero es deber de todos, no importa los talentos que posea, colaborar para que las visitas se sientan tan a gusto que deseen volver al lugar donde se enseña de Jesús y de su Palabra.
Si tú hace años que vas a la misma iglesia y un sábado ves que llega un joven que los visita por primera vez, no dejes que se sienta solo o que tenga que "pagar derecho de piso". Acércate como lo haría Jesús y hazlo sentir tan cómodo como si se conocieran de toda la vida. Esa tarea, por humilde que parezca, tendrá un valor infinito a los ojos de esa persona y a los ojos de Dios.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

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