lunes, 16 de enero de 2012

DOLOR GENUINO

«Afligíos, lamentad y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro y vuestro gozo en tristeza» (Santiago 4:9).

¿Alguna vez ha deseado revivir el pasado para tener la posibilidad de enmendar las palabras que lastimaron a otros; corregir los errores que cometió y las decisiones equivocadas que tomó; y borrar los momentos en que se sintió desalentado y abandonado por el Señor?
Si algo hay que sea cierto es que es imposible volver atrás en el tiempo y revivir lo que ya hemos vivido. Pero, si pudiéramos, ¿haríamos lo mismo? La verdad es que muchos no cambiaríamos: cometeríamos los mismos errores, lastimaríamos a las personas y tomaríamos decisiones equivocadas. ¿Por qué? Porque somos así, es nuestra naturaleza. Pero Jesús vino para ayudarnos a cambiar nuestra vida de manera sobrenatural.
Jesús dijo: «Bienaventurados los que lloran», es decir: «Bienaventurados los que se sienten tristes, no por lo que les ha ocurrido, sino por cómo trataron a los demás». Me he dado cuenta de que, para mí, es más natural ser orgulloso y egoísta que humilde y amable. Incluso es posible que diga que lo lamento sin lamentarlo en absoluto. Es lo mismo que pisar el pie de alguien y, de manera mecánica, decir: «Lo siento», al tiempo que se piensa: «No fue culpa mía. Tú te pusiste en mi camino».
Si reacciono así me entristezco. A veces me gustaría gritar: «¡Dios, sé propicio a mí, pecador!» (Luc. 18:13). Creo que esto es lo que Jesús quiso decir con: «Bienaventurados los que lloran». Si no reconozco lo mucho que necesito a Jesús seré siempre lo que fui: un pecador que comete siempre los mismos errores. El dolor genuino implica que admitimos nuestra necesidad. Cuando el Espíritu Santo nos convence de pecado, nuestro corazón llora. Llorar significa que cada día nos damos cuenta de que necesitamos a Jesús. El único que puede quitar la mancha del pecado es Jesús.
A menos que lloremos por nuestros pecados, los cometeremos una y otra vez. Sin embargo, Jesús nos ha prometido que él nos consolará. No podemos volver a vivir el pasado, pero sí podemos proseguir a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro (Fil. 3: 14). Quizá suene extraño, pero esta bienaventuranza nos recomienda que nos entristezcamos, el único modo de recibir consuelo. (Basado en Mateo 5: 1-12)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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