miércoles, 11 de abril de 2012

MI GRAN SANADOR


Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre.  Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios.  Él es quien perdona todas tus maldades, el que sana todas tus dolencias.  (Salmo 10.3:1-3).

Hace aproximadamente un año comencé a sentir molestias en la palma de la mano derecha. Al principio no le di mucha importancia, porque creí que se trataba de una torcedura y que pronto se me aliviaría. Sin embargo, con el paso del tiempo fui sintiendo cada vez más dolor, por lo que decidí darme un masaje con un ungüento, por si se trataba de la inflamación de un tendón. Para mi sorpresa noté que tenía una pequeña bolita que iba creciendo. Al manejar me molestaba bastante, así que decidí ir al médico.
Conforme se acercaba la fecha oré a Dios, diciendo: «Señor, tal vez me van a sacar este bulto y sabes que si me operan no voy a poder manejar, no voy a poder visitar a los enfermos, y tú sabes lo importante que es para mí llevarles una palabra de consuelo. Me pongo en tus manos». El día de la cita, el médico comenzó a leer mi historial y me pidió que extendiera la mano para examinarla. Luego afirmó: «No hay nada». Sorprendida, me toqué la mano, pero ya no estaba el bulto. Había desaparecido, aunque todavía sentía una molestia. El médico sonrió y me dijo: «Sí, te creo, y es muy probable que se haya disuelto; pero podría reaparecer en cualquier momento».
Ya han transcurrido nueve meses y el pequeño bulto no ha reaparecido. Yo creo firmemente que no volverá a salir, porque confío en la Palabra de Dios y en sus promesas. Sé que él sana todas nuestras dolencias, no solamente las físicas, sino también las emocionales.
¡Bendice, alma mía, a Jehová y no olvides que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre! ¡Alabado sea su santo nombre!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por María Félix Denneny

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