domingo, 15 de abril de 2012

¿QUIÉN MERECE EL CRÉDITO?


¿Quién te distingue de los demás? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué presumes como si no te lo hubieran dado? 1 Corintios 4:7 NVI.

Hace muchos años, cuando nuestra iglesia recién había nacido, un joven de cuna muy humilde llegó a ser uno de sus predicadores más elocuentes. De él alguien escribió que era «excesivamente brillante», y que proclamaba la Palabra con una habilidad que solo el cielo podía concederle. ¿Su nombre? Dudley M. Canright. Aunque ya tenía el don de la predicación, Dudley se inscribió en una escuela de oratoria de la ciudad de Chicago. Un día le tocó hacer su práctica en una iglesia de tres mil miembros, acompañado por su buen amigo, el pastor Reavis, quien también era alumno de la escuela de oratoria. Reavis debía escuchar el sermón y hacerle una crítica constructiva a su amigo predicador. Pero Dudley predicó un sermón tan poderoso, que a Reavis se le olvidó que debía evaluarlo. ¡Así de buena fue la predicación!
Sin embargo, a Reavis le esperaba otra sorpresa. Después de despedir a la congregación, cuando quedaron solos, Dudley le dijo:
—Reavis, creo que podría llegar a ser un predicador muy famoso si no fuera porque nuestro mensaje es tan impopular.
Reavis no podía creer lo que había escuchado. ¿Cómo podía Dudley decir semejante barbaridad? Cuando se recuperó de su asombro, Reavis respondió:
—Dudley, el mensaje de nuestra iglesia ha hecho de ti lo que eres hoy, y el día que lo abandones volverás al lugar donde estabas cuando te encontró.
Es triste decirlo, pero la predicción de Reavis se cumplió al pie de la letra. A Dudley se le subieron los humos a la cabeza. Abandonó la Iglesia Adventista con la intención de llegar a ser un famoso predicador. Pero murió sin amigos, en el olvido y sin el aplauso que tanto añoró (D. W. Reavis, citado por Dave Fiedler en Hindsight. Seventh-day Adventist History in Essays and Extracts [Retrospectiva. La historia adventista en ensayos y fragmentos], pp. 119-122). ¿Tienes alguna habilidad especial? ¿Algún don prominente? Quizás eres muy inteligente. Quizás hablas o cantas muy bien. A lo mejor eres hábil con los idiomas, o con el piano. Cualquiera sea tu don, nunca olvides esto: Fue Dios quien te lo concedió. Entonces, como dice nuestro versículo, no hay razón alguna para presumir.

Gracias, Padre celestial, por los talentos y las habilidades que nos has concedido. Me propongo usarlos para tu honra y gloria.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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