lunes, 21 de mayo de 2012

PERDIDA


Bendito sea Dios, que no echó de sí mi oración, ni de mí su misericordia. (Salmo 66:20).

Cuando apenas tenía unos cinco años experimenté el gozo de una oración contestada. Vivía con mis padres en el campo. Nuestra casa estaba en las faldas de una montaña donde mi papá cortaba leña, y yo tenía la costumbre de ir a recibirlo todas las tardes cuando regresaba de su trabajo. Aquel día parece que fui más temprano a esperarlo, o que él se demoró más y, tras pasando la prohibición de ir más allá de un cercado, me adentré en el bosque.
Primero caminé por el sendero ya marcado por el paso diario de mi padre y de otros trabajadores, pero muy pronto perdí el rumbo y no reconocía nada a mi alrededor. La vegetación se volvía cada vez más tupida y enmarañada. Comencé a sentir miedo, llamé a mi papá, pero no hubo respuesta. Entonces recordé que mi mamá me había enseñado a orar. Mi mirada se detuvo en una pequeña piedra de forma singular que parecía haber sido colocada allí entre los matorrales como para que se arrodillara una niña, y eso fue lo que hice. Con la sencilla y tierna fe de mis cinco añitos oré a Dios, pidiéndole que pudiera encontrar a mi papá. ¿Y saben algo? Yo no encontré a mi padre, sino que él me encontró a mí. Apenas terminé mi oración ya él estaba de pie a mi lado. Algo lo había impulsado a ir hacia ese lugar por donde nunca pasaba.
Hermana mía, ¿en alguna ocasión te has sentido perdida física, espiritual o emocionalmente? Puedo confiarte que a mí me ha sucedido más de una vez, pero siempre recuerdo que Dios escucha toda plegaria que se le dirija con fe.
«Sabemos que Dios debe estar interesado en nosotros, así como el padre terrenal se interesa en su hijo, pero en un sentido mucho mayor. Me coloco como su hija y con fe sencilla le pido los pequeños favores así como le pediría los dones mayores, creyendo que el Señor escucha la oración sencilla y contrita» (A fin de conocerle, p. 144).
Acudamos a nuestro Padre celestial en humilde súplica y él renovará nuestra fe, así como el deseo de servirle.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Teresa González de Santos escribe desde Cuba

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