miércoles, 13 de junio de 2012

LA DICHA DEL PERDÓN



Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado (Salmo 32:1).


He experimentado el gozo del perdón. Yo andaba por caminos oscuros y cenagosos, pues aún no conocía a ese ser tan maravilloso llamado Jesucristo.  La mano poderosa del Señor todavía no me había tocado.  Sin embargo, un día una persona amiga me dijo que Cristo podía salvarme; me hizo entender que él era nuestro mejor amigo y que me amaba como nadie más podía hacerlo.  Además me aseguró que el Señor me aceptaba como estaba, sin necesidad de cambiar para ir a él, y que él era el único que podía solucionar todos mis problemas a pesar de mis errores, faltas y pecados.
Al saber lo que Cristo me ofrecía le abrí mi corazón y le confesé todos mis pecados. Me vi como realmente era y decidí buscar a Dios de todo corazón, recordando sus promesas: «Aunque las aguas caudalosas se desborden, no llegarán hasta ti» (Sal. 32:6 DHH). Y así fue.
Hoy en día, mi delicia es exaltar a Cristo ante la gente, servirle en lo que él me indique. Ese es el fin de toda labor misionera, y es el fin de mi vida cristiana también. Debemos tratar de que su nombre sea glorificado en nuestras vidas al escondernos y escudarnos detrás de él.
Cuando la dicha del perdón nos llena, es fácil entender que Cristo desea lo mejor para nosotras. Él nos enseñará que podemos confiar en sus promesas y que siempre podremos caminar por la senda que él nos ha mostrado. Si hacemos eso, él fijará sus ojos en nosotras.
Querida amiga, cuando hagas lo que el Señor te pide, Él te fortalécela para que aceptes el perdón y el sacrificio que realizó Cristo Jesús por nuestra salvación.
¡Oh Señor, eres mi refugio! ¡Guárdame de todo mal!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Yonaira Romero 

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