sábado, 16 de junio de 2012

¿A QUIÉN NOS PARECEMOS?


El Señor aborrece a los mentirosos, pero mira con agrado a los que actúan con verdad. Proverbios 12:22.

Creo que a todos nos ha pasado. Decimos una «mentirilla» para salir de un apuro, y al final resulta que el remedio fue peor que la enfermedad. Según se relata en Youthwalk [La senda joven], p. 103), este fue el caso de los cuatro estudiantes universitarios que prefirieron irse de juerga durante el fin de semana en lugar de estudiar para el examen del lunes.
Regresaron el lunes en la madrugada y entonces pensaron en qué hacer para no tener que presentar el temido examen. Después de descartar varias ideas decidieron hablar con el profesor. Le dirían que durante el fin de semana habían salido de viaje y que al regreso un neumático del automóvil se había pinchado, pero que no habían tenido a mano las herramientas adecuadas para cambiarlo.
Así lo hicieron. El profesor «mordió» el anzuelo y aceptó administrarles el examen al día siguiente. Emocionados por lo bien que habían salido del aprieto, los muchachos estudiaron toda la noche y al día siguiente se presentaron para la prueba. Para sorpresa de ellos, el profesor los ubicó en salones separados. Solo debían contestar dos preguntas. La primera se veía de lo más fácil, y valía cuatro puntos.
En cuestión de minutos ya estaban listos para la segunda pregunta. Pasaron entonces a la siguiente página y ahí también había una sola pregunta, que decía: «Por un valor de seis puntos, contesta: ¿Qué neumático del automóvil fue exactamente el que se pinchó?»
¿Cuándo fue la última vez que dijiste una mentira? ¿Hace años? ¿Meses? ¿Días? ¿O quizás hace apenas unas horas? Si analizas un poco el asunto, lo más seguro es que la motivación para mentir fue la de quedar bien ante alguien, o la de salir de un aprieto. Y probablemente lo hayas logrado pero, ¿a qué precio? A un precio elevado, porque para quedar bien tuviste que engañar a otra persona. ¿No hubiera sido mejor decir la verdad lisa y llanamente?
La verdad eleva, la mentira rebaja. Cuando decimos la verdad, nos identificamos como hijos de Dios, quien no miente (ver Tito 1:2). Cuando mentimos, actuamos como el diablo, quien nunca dice la verdad, porque «es mentiroso y es el padre de la mentira» (Juan 8:44).
¿A quién quieres parecerte: a Dios o al diablo?
Señor, ayúdame a desechar la mentira y amar la verdad.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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