sábado, 7 de julio de 2012

ANÓNIMO


Cuando ayudes a los necesitados, no lo publiques a los cuatro vientos. Mateo 6:2.

Era el día de su graduación, y Carol no podía estar más feliz. Las largas noches de estudio habían terminado. Ahora solo esperaba recibir su anhelado diploma.
Cuando su nombre fue mencionado, Carol subió al podio radiante de alegría. Después de recibir una elegante carpeta y las acostumbradas felicitaciones de parte de las autoridades universitarias, regresó a su asiento. De inmediato abrió la carpeta. Lo que vio ahí la dejó petrificada. En lugar del diploma, había una hoja con el siguiente mensaje: «¡Felicitaciones! Cuando pagues lo que adeudas a la universidad, pasa por la Oficina de Registros para recibir tu diploma».
Carol nunca olvidó el amargo sabor de esa experiencia. Resolvió, con la ayuda de Dios, que haría todo lo que estuviera a su alcance para evitar que otros estudiantes vivieran esa misma situación. En la actualidad, al acercarse el tiempo de graduación de los colegios, Carol visita la institución para preguntar si hay estudiantes con problemas financieros. Su interés se concentra en aquellos que no podrán graduarse por tener cuentas pendientes. Y dona miles de dólares para que no pasen por la amargura que ella vivió. Solo establece una condición: su nombre no debe aparecer por ningún lado. En su lugar debe aparecer la palabra «Anónimo» (Thambi Thomas, Adventist Review [Revista adventista], 26 de febrero de 2009, p. 31).
Cuando leí este relato no pude evitar preguntarme: «Si fuera yo el que donara ese dinero, ¿me mantendría anónimo?». Como señala con acierto el autor del artículo, esta señora podría crear una fundación que llevara su nombre. Recibiría, entonces, innumerables muestras de agradecimiento e incontables elogios. Sin embargo, prefiere permanecer anónima.
Sabemos que ella no está sola en esto de dar sin buscar ninguna clase de reconocimiento. Otros también lo hacen. Aquí en la tierra no conocemos sus nombres, pero Dios los conoce. Y algún día escucharán del Señor Jesús las palabras: «Buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré» (Mat. 25:21, RV95).
Muy cerca de ti, hoy alguien necesitará tu ayuda. Pídele a Dios que te dé un corazón generoso. Da «sin lástima». Recuerda que hay más dicha en recibir (Hech. 20:35). Y cuando des, por favor no lo publiques en el periódico. 
Padre mío, dame un corazón generoso, como el de Cristo, tu Hijo amado.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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