martes, 3 de julio de 2012

UN CORAZÓN ROTO


«Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón y salva a los contritos de espíritu» (Salmo 34:18).

Hace varios años, mientras me encontraba en Puerto Rico celebrando unas reuniones, recibí una llamada telefónica de un amigo muy querido al que le habían diagnosticado un cáncer de huesos. Su pastor quería ungirlo inmediatamente y mi amigo quería que yo participara en el rito. ¿Se imagina cómo lo hicimos? Por teléfono. Fue una experiencia extraordinaria que recordaré por mucho tiempo.
A fin de cuentas, ¿no será que sentir la presencia de alguien es una experiencia interior? Cuando estamos con un amigo, gran parte del gozo e incluso la importancia de su compañía va más allá de su presencia física y tiene lugar en el corazón. Puede que el amigo se encuentre en el otro lado del mundo o en la misma habitación, pero sentimos su presencia con nuestra conciencia.
Jesús le dijo a la mujer del pozo: «Dios es Espíritu, y los que lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren» (Juan 4:24). En otra ocasión Jesús dijo: «Yo lo amaré y me manifestaré a él. [...] Mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada con él» (Juan 14:21-23). De manera que, aunque no puedo comprenderlo del todo, podemos sentir la presencia de Dios en lo más profundo de la conciencia aunque no lo percibamos con los cinco sentidos. Como dicen las Escrituras: «Vosotros [...] lo amáis sin haberlo visto» (1 Ped. 1:8).
En un momento u otro puede haber pensado que bastaría con que Jesús estuviera aquí en persona para que su vida devocional tuviera más sentido. Usted se sentaría a su lado y conversaría con él. Sin embargo, ¿realmente dedicaría usted más tiempo a su vida devocional si Jesús estuviera entre nosotros? Hubo un tiempo en el que estuvo en persona entre los seres humanos y su presencia apenas influyó sobre las personas con las que estaba. Algunos lo amaban y otros lo detestaban.  Para algunos no era más que una persona corriente, mientras que para otros era una decepción.
Sin embargo, para unos pocos era el Hijo de Dios. No podían demostrarlo, no podían verlo, pero lo sabían en el fondo de sus corazones. Eso mismo sucede en la actualidad. No amamos a las personas porque las veamos. Jesús dijo: «Bienaventurados los que no vieron y creyeron» (Juan 20:29).
¿Ve usted al Señor en todas partes?  Basado en Mateo 28:20

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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