viernes, 10 de agosto de 2012

DECLARACIÓN DE (IN)DEPENDENCIA


Confía de todo corazón en el Señor y no en tu propia inteligencia. Proverbios 3:5

Hace algunos años, mientras los Estados Unidos de Norteamérica celebraba el bicentenario de su independencia, un grupo de jóvenes en Washington D.C. publicó una «Declaración de dependencia». En ese documento afirmaban que es necesario que todo joven para alcanzar su pleno desarrollo como persona, dependa de Dios, y que la vida únicamente tiene sentido cuando el ser humano la coloca en las manos de su Creador (Raymond Woolsey, Alegría matinal, p. 191).
¡Mejor, imposible! ¿Cómo podemos mostrar hoy una actitud semejante a la de este grupo de muchachos? Al reconocer que Dios, el Soberano de todo el universo, nos creó a su imagen y semejanza. Al creer que ese Dios nos ama tanto que entregó a su único Hijo para salvarnos.
Alguien podría decirte que al entregar tu vida a Dios estás renunciando a tu libertad. Pero, pregunto: de las cosas que de verdad valen la pena en esta vida, ¿cuáles pierde un joven que elige vivir dependiendo de Dios?
Por otra parte, ¿qué gana un joven que prefiere usar su cuerpo, su tiempo y sus recursos, por ejemplo, consumiendo drogas; o en relaciones sexuales fuera del matrimonio? De las cosas que verdaderamente valen en esta vida, no obtiene absolutamente nada. Lo que sí recibe es lo que nadie desea ni a su peor enemigo: enfermedad, frustración, pérdida de amigos valiosos, sufrimiento e incluso la muerte.
Sin lugar a dudas, la elección más sabia de tu vida consiste en acordarte de tu Creador «en los días de tu juventud» (Ecl. 12:1). Esta es la única clase de dependencia que vale la pena, porque aunque no sabes qué te reserva el futuro, sí sabes en manos de quien está el futuro.
¿Qué tal, entonces, si a partir de este momento entregas a Dios tu vida: tus sueños, tus proyectos personales, tus problemas, tus dudas, y le permites que la dirija según sus divinos propósitos? La cita que sigue da una excelente razón para esto:
«DIOS NO GUÍA JAMÁS A SUS HIJOS DE OTRO MODO QUE EL QUE ELLOS MISMOS ESCOGERÍAN, SI PUDIERAN VER EL FIN DESDE EL  PRINCIPIO» El ministerio de curación, p. 380.
Señor, ayúdame a confiar en ti de todo corazón, y no a depender de mí propia inteligencia.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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