miércoles, 15 de agosto de 2012

EL ROBLE


Jehová es mi fortaleza y mi cántico. Ha sitio mi salvación. Este es mi Dios, a quien yo alabaré, el Dios de mí padre, a quien yo enalteceré (Éxodo 15:2).

Siempre he considerado que mi padre era el hombre más fuerte del mundo. A mi modo de ver parecía «un roble» bajo el cual mis hermanos y yo nos reuníamos con el fin de cobijarnos y protegernos en las pruebas y dificultades. Su carácter siempre alegre, servicial y lleno de esperanza en la segunda venida de Jesucristo lo hacía parecer inquebrantable. Sin embargo, la realidad del ser humano es otra, somos frágiles y no podemos huir de las consecuencias de vivir en un mundo hostil.
El 3 de octubre del año 2006 me despertó el llanto desesperado de mi hermana y comprendí que «el roble» ya no estaría más con nosotros para enfrentar los malos tiempos junto con sus hijos. Su vida había llegado a su fin y su tibia sombra llena de amor, sacrificio y comprensión había desaparecido. Mi padre había sido un hombre seguro y confiable, pues estaba cimentado en Cristo Jesús.
Recordemos que es Dios quien «me ciñe de fuerza y despeja mi camino» (2 Sam. 22:33). Jesús es aquel que con toda ternura decía a los cansados: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mat. 11:29). «Él llevó el peso de nuestra culpa. También quitará la carga de nuestros hombros cansados. Nos dará descanso. Llevará por nosotros la carga de nuestros cuidados y penas. Él nos invita a echar sobre sí todos nuestros afanes; pues nos lleva en su corazón» (El ministerio de curación, p. 47).
Yo deseo creer lo que durante muchos años he profesado. Creer que «el verdadero Roble» es Jesús, quien nunca nos falla y que es fiel en el cumplimiento de sus promesas. Y al mismo tiempo deseo tener ese tipo de fortaleza que solamente proviene de estar bien enraizados en Jesús. De modo, podré ser una fuente de confianza y consuelo para quienes me rodean. ¡La Gloria sea para Dios!
«Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor y en su fuerza poderosa» (Efe. 6:10).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Adela Escobar de Pérez

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