viernes, 17 de agosto de 2012

HAY CONSECUENCIAS


El que anda en integridad, está seguro; el de perversos caminos caerá de repente. Proverbios 28:18, NRV2000.

Cuenta el doctor Braulio Pérez Marcio que cierto día salieron de paseo cuatro ilustres amigas: la Ciencia, la Fortuna, la Resignación y la Integridad. Mientras conversaban de manera animada, la Ciencia preguntó: 
—Si por alguna razón tuviéramos que separamos, ¿sabríamos dónde encontrarnos? A mí, por ejemplo, me podrían encontrar en las grandes bibliotecas del mundo.
— A mí me podrán encontrar — replicó la Fortuna — en la casa de cualquier millonario.
Luego habló la Resignación:
— Me podrán encontrar dondequiera haya gente incapaz de vencer la adversidad.
Entonces todos los ojos se posaron en la Integridad. 
—Y a ti, ¿dónde podríamos encontrarte? Con tristeza, la Integridad respondió:
— A mí, quien una vez me pierde, jamás vuelve a encontrarme (Querida hija, querido hijo, pp. 92,93).
Muy cierto. Porque la integridad no es algo que tú tienes. Es lo que eres en lo más íntimo de tu corazón. Es tu carácter. Por supuesto, esto no significa que si has cometido algún pecado, no puedes arrepentirte y recibir el perdón de Dios. Tampoco significa que no puedas levantarte y comenzar de nuevo. Siempre podrás hacerlo. El problema es que las manchas quedan, como nos lo enseña otra antigua historia.
Es el relato del niño con mal carácter al que su papá le dio una bolsa con clavos, con la instrucción de que por cada mala acción clavara un clavo detrás de la puerta. Y por cada buena acción, sacara un clavo. El primer día le fue muy mal, y le tocó clavar veinte clavos. Pero luego comenzó a portarse bien. Uno a uno sacó los veinte clavos y, contento, fue a avisarle a su padre. Entonces el papá aprovechó para enseñar al jovencito una lección que nunca olvidó: «Te felicito por tu esfuerzo, hijo mío. Pero hay algo que debes aprender: sacaste los clavos, pero quedaron los hoyos. Así sucede cada vez que hieres a alguien. Aunque te arrepientas y seas perdonado, las cicatrices quedan».
Algo parecido a lo que le pasó al rey David después de cometer adulterio con Betsabé. Se arrepintió profundamente y Dios lo perdonó, pero «los huecos» (las consecuencias) quedaron. Así de malo es el pecado.
Padre amado, en medio de este mundo de pecado, quiero conservarme puro, como José, en Egipto; y fiel como Daniel, en Babilonia. Ayúdame a lograrlo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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