sábado, 18 de agosto de 2012

NO SOMOS LO MÁXIMO

El que a sí mismo se engrandece será humillado; y el que se humilla, será engrandecido. Lucas 14:11

Aquí va una adivinanza: ¿Cuál es ese defecto que mientras más lo tenemos, más nos disgusta verlo en otros; y que con facilidad descubrimos en los demás, pero nunca en nosotros mismos?
¿Ya lo adivinas? Se trata del orgullo. Piensa por un momento en el asunto: ¿Has conocido a una persona orgullosa que admita que tiene ese problema? No. El orgulloso es el último en admitir que lo es.
La verdad sea dicha: En el fondo, todos tenemos algo de orgullosos. Solo que nos cuesta mucho admitirlo. Por ello, a veces conviene que la vida nos recuerde que no somos tan grandes, ni tan inteligentes, ni tan populares como creemos serlo. Algo así como lo que le pasó a Bobby Bowden, el famoso entrenador de fútbol americano de la Universidad Estatal de Florida.
Cuenta Bowden que una vez quiso ir a pasear con su esposa a un lugar donde la gente no le pidiera autógrafos, ni los reporteros lo molestaran con entrevistas. Terminaron escogiendo un pequeño pueblo de New England. Cierto día decidieron ir al cine. Apenas entraron a la sala, se escuchó una ronda de aplausos. Sorprendido de que aun en ese pueblo lo conocieran, Bowden reconoció el gesto del público levantando su mano derecha, en forma de saludo.
Al final de la película, uno de los empleados del teatro se le acercó.
—¿Sabe usted por qué el público le brindó ese sonoro aplauso?
—Dígamelo usted —respondió el deportista.
—El caso es que aquí la película comienza cuando se alcanza un mínimo de espectadores. Cuando ustedes entraron, se completó el mínimo necesario. Por eso la gente aplaudió.
Definitivamente, Dios tiene sus métodos para mantenernos humildes (Real Life Devotions and Funny Stories for Men [Devociones de la vida real y relatos graciosos para hombres], lectura devocionales 10).
Cuando te sientas tentado a pensar que eres mejor que los demás, da gracias a Dios por cualquier talento que hayas recibido. Pídele también que te ayude a ser cada día más semejante a su amado Hijo Jesucristo, quien siendo Dios tomó nuestra naturaleza humana, «se humilló a sí mismo, [y] por obediencia fue a la muerte, a la vergonzosa muerte de cruz» (Fil. 2:8).
Padre amado, que yo nunca pierda de vista el precio de mi salvación.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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