viernes, 26 de octubre de 2012

NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA


Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (Romanos 8:28).

Si hay algo que recuerdo de mi infancia son las enseñanzas que mis padres nos trasmitieron. Se dice que hace algunos años, cuando no había modernos equipos de navegación, una flotilla de pescadores partió de un pequeño puerto canadiense en la madrugada. Los barcos debían regresar al atardecer, pero aquel día se desató una fuerte tempestad. Al caer la noche, ninguna de las naves había logrado regresar al puerto. Los hijos, las esposas, las madres y las novias de los pescadores pasaron la noche despiertos, observando nerviosamente la bahía, llenos de zozobra y rogando al cielo que salvara a sus seres queridos.  Para colmo, la casa de una familia piadosa se incendió debido a que el viento derribó una lámpara. Sus moradores quedaron a la intemperie.
Al llegar la mañana, para alegría de todos, la flotilla entera atracó en el puerto; todos a salvo. Sin embargo, la dueña de la casa siniestrada daba muestras de gran congoja. Apenas el marido puso pie en tierra, ella se le acercó y le dijo sollozando: «Amor mío, estamos arruinados, nuestra casa y todo lo que había en ella ha quedado convertido en cenizas». Sin embargo, el hombre exclamó: «Gracias a Dios por ese fuego, ya que nos ayudó a encontrar la entrada del puerto. De lo contrario, quizá todos habríamos perecido».

Mi padre decía una frase que recuerdo a diario: «No hay mal que por bien no venga». Reconozco que uno de los estímulos más grandes de mi vida han sido los consejos y oraciones de mis padres. Ellos siempre estuvieron presentes en los momentos difíciles de mi vida y recuerdo sus consejos cuando me decían: «Dios todo lo conoce. Espera en él». Esa es una receta que nunca falla. El gran Dios del universo es grande en misericordia y bondad. Él tiene propósitos definidos para tu vida. El que ve el fin desde el principio, sabe el porqué de las cosas.
Padre, permíteme entender el plan que tienes para mi vida. Ayúdame a aceptar tu voluntad. Perdona si algunas veces no te he comprendido. Sobre todo, dame las fuerzas para aceptar tu voluntad.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Griselda Chagoya

No hay comentarios:

Publicar un comentario