sábado, 28 de julio de 2012

EL CRISTIANO Y LA ROPA


«Vuestro atavío no sea el externo [...], sino el interno, el del corazón, en el incorruptible adorno de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios» (1 Pedro 3:3,4).

Es interesante observar que la primera consecuencia del pecado fuera que Adán y Eva se sintieran desnudos (Gen. 3:4) y que el primer acto de redención de Dios consistiera en la confección de unas sencillas vestiduras. En cierta ocasión, Jesús y sus discípulos cruzaron el Mar de Galilea para dirigirse al país de los gadarenos. Cuando pusieron pie en tierra, un hombre que estaba poseído y andaba desnudo, corrió hacia ellos. Jesús sanó de inmediato al hombre y, cuando la gente vino a ver lo que había sucedido, lo encontraron sentado a los pies de Jesús, vestido y en su sano juicio (Luc. 8:27-35).
Como bien puede ver, esta historia y la de Adán y Eva tienen que ver con la desnudez. En ambos casos, cuando se presentaron ante Dios, volvieron a estar vestidos.
Parece que últimamente ha aumentado la tendencia a la indecencia y la falta de modestia, tanto en la ropa femenina como en la masculina. Incluso se hace evidente en la ropa infantil. Lo que en un niño pequeño se podría considerar «gracioso», en un adolescente resulta falta de modestia. Los seguidores de Cristo tendrían que escoger el vestuario como si estuvieran ante Dios, cosa que, no olvidemos, es así.
Nuestra indumentaria nos identifica. Las fuerzas armadas de cualquier país tienen uniformes, así como las industrias y los negocios. Con ellos identificamos a las personas con el trabajo que desempeñan. Nuestra forma de vestir puede indicar nuestra ocupación; por eso el cristiano no debe vestirse imitando a quienes se les atribuye una baja condición moral. Aunque las estrellas de cine o los grupos de rock tengan el derecho a vestirse como les parezca, los que hemos aceptado el compromiso de Cristo no nos debemos identificar con ellos permitiendo que nos indiquen nuestra forma de vestir.
En resumen, los cristianos no adornamos un cuerpo que, tarde o temprano, envejecerá, sino que oramos para que nos adorne un carácter hermoso que jamás perecerá. Basado en Lucas 8:27-35

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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