domingo, 24 de marzo de 2013

VIVIR EN LA POSGUERRA


Este es el pacto que haré con ellos después de aquel tiempo —dice el Señor—: Pondré mis leyes en su corazón, y las escribiré en su mente. Hebreos 10:16.

Es impresionante ver cómo actúan algunas personas que han vivido una guerra. Cualquier sonido, olor o visión, puede hacer revivir en ellas recuerdos traumáticos de dicha experiencia, como si de una palanca se tratase.
Recuerdo a una dama, sobreviviente de un conflicto bélico. Aunque la guerra en su país había terminado hacía mucho tiempo, siempre tenía los cuidados que había adquirido durante los días de conflicto. En un mueble especial de su casa guardaba víveres, botellas de agua, un pequeño botiquín, y cuando llovía solía recoger el agua de lluvia. En realidad, al platicar con ella, pude darme cuenta de que hacer aquellas cosas le daba cierta seguridad. Pensar en infortunios y catástrofes se había trasformado en un hábito adquirido en medio de las atrocidades de una guerra. Ahora sabe que es un hábito que debe cambiar y está haciendo esfuerzos intencionados para lograr liberarse de él.
En la vida cristiana suelen suceder situaciones semejantes. Cuando conocemos a Cristo nuestra vida es renovada. Motivos diferentes y nuevas expectativas surgen en la mente y el corazón, y hay una disposición a vivir una existencia diferente con la ayuda de Dios. Sin embargo, habituados a una existencia de constantes trasgresiones a las leyes de Dios, miramos hacia atrás; nos reencontramos con las viejas costumbres y sentimos que nunca podremos deshacernos de las ataduras del pecado.
Gracias a Dios porque sabemos que esto no es así. La guerra con Satanás seguramente deja secuelas en la vida, sin embargo, al entrar en compañerismo con Cristo, el enemigo es derrotado y el Hijo de Dios se hace cargo de nosotras, cambiando nuestras tendencias pecaminosas por motivos santificados.
Ahora ya no somos gobernadas por la ley de la muerte, sino por la ley de la vida en Cristo Jesús. Así dijo el apóstol Pablo: «Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte» (Rom. 8:1-2).
Amiga, cuando los fantasmas de tu vida pasada pecaminosa se asomen a tu presente, recuerda que ahora vives en el poder del Espíritu de Dios, y seguro que saldrás vencedora.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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