miércoles, 1 de mayo de 2013

COMPARE AL PECADOR CON EL JUSTO

Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tú vara y tu cayado me infundirá aliento. Salmo 23:4.

A menudo escuchamos que se describe la vida del cristiano como llena de pruebas, tristeza y pena, sin mucho motivo de alegría o alivio; y demasiado a menudo se da la impresión de que si rindieran su fe y sus esfuerzos por obtener la vida eterna, la escena cambiaría a una de placer y felicidad. Pero se me ha llevado a comparar la vida del pecador con la vida del justo. Los pecadores no tienen el deseo de agradar a Dios, por lo tanto no tienen el agradable sentido de su aprobación. No disfrutan su condición de pecado y placer mundanal sin problemas. Sienten profundamente los males de esta vida mortal. Por supuesto, a veces están temerosamente preocupados. Temen a Dios, pero no lo aman.
¿Están los pecadores libres del desánimo, la perplejidad, las pérdidas terrenales, la pobreza y el dolor? ¡Oh, no! En este sentido no están más seguros que los justos. A menudo sufren enfermedades persistentes, pero no tienen un brazo fuerte y poderoso sobre el cual apoyarse, ni la gracia fortalecedora de un poder superior que los sostenga. En su debilidad deben apoyarse en su propia fuerza. No pueden augurar con placer alguno la mañana de la resurrección, porque no tienen la esperanza gozosa que tendrán parte con los bendecidos. No obtienen consolación al mirar hacia el futuro. Una incertidumbre temerosa los atormenta y así cierran los ojos en la muerte. Este es el final de la vida de vanos placeres de los pobres pecadores.
Los cristianos están sujetos a la enfermedad, el desánimo, la pobreza, el reproche y el dolor. Pero en medio de todo esto aman a Dios, y aman hacer su voluntad, y no valoran otra cosa por encima de su aprobación. En los conflictos, las pruebas y las cambiantes escenas de esta vida, saben que hay Uno que todo entiende; Uno que inclina su oído para escuchar el clamor de los que penan y sufren; Uno que puede simpatizar con toda pena y aliviar la angustia más aguda de cada corazón. Ha invitado a los afligidos a ir a él y encontrar reposo. En medio de todas sus aflicciones, los cristianos tienen un fuerte consuelo, y si sufren una enfermedad persistente y dolorosa antes de cerrar los ojos en la muerte, pueden con alegría soportarlo todo, porque mantienen comunión con su Redentor.— Review and Herald, 28 de abril de 1859.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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