sábado, 4 de mayo de 2013

SEIS COSAS QUE DIOS ABORRECE - PRIMERA PARTE

Los ojos que se enaltecen. Proverbios 6:17.

Los ojos son dos maravillas de la creación de Dios. Muchos poetas y artistas han encontrado en ellos la fuente de su inspiración. Muchos científicos se han quedado asombrados ante estos órganos que hacen poner en duda la teoría de la evolución. ¿Será posible que tanta complejidad y precisión sean el fruto del azar?
Ubicados estratégicamente en el rostro, los ojos poseen una estructura sumamente compleja, a pesar de ser dos de los órganos más pequeños de nuestro cuerpo. Por medio de ellos y en colaboración con el cerebro, en un instante nos ponemos en conexión con el mundo exterior. Los ojos nos permiten tener una dimensión exacta de los objetos, su forma, su color y tamaño, y nos envían mensajes que nos permiten conocer nuestro entorno e interactuar con él.
Los ojos también tienen la capacidad de sacar a la luz lo que hay en el interior de una persona. Una mirada puede decirnos con bastante exactitud lo que el otro tiene dentro de sí, lo que está pensando, lo que siente o lo que está a punto de hacer. Algunos han llamado a los ojos las ventanas del alma, pues muchas emociones y sentimientos íntimos parecen quedar al descubierto a través de una mirada.
La Biblia dice que Dios detesta los ojos altivos. ¿En qué consiste esa altivez? En realidad, no se puede percibir en la forma ni en el tamaño de los ojos, tampoco en su color; pero sí a través de la expresión. Un corazón endurecido por la soberbia y el orgullo se verá reflejado en una mirada fría, distante, profunda. Esos ojos carecen de la dulce expresión de la ternura y la compasión. Son implacables, descalifican, critican, censuran y desprecian. Por su parte, una mirada cálida esconde tras sí una personalidad cálida.
Amiga, aprendamos a mirar no solamente con los ojos, sino también con el corazón. Al hacerlo brindaremos compañía al que se siente solo, compasión al que sufre, respeto al que se siente indigno y amor al que se cree lejos del amor de Dios.
Intentemos hoy mirar así como miró Jesucristo cuando, al contemplar una Jerusalén perdida, lloró, tal como relatan las Escrituras: «Cuando se acercaba a Jerusalén, Jesús vio la ciudad y lloró por ella» (Luc. 19:41). El llanto es otro de los milagros asombrosos que se producen a través de los ojos. Que los demás puedan ver en tu mirada la profundidad de una persona que vive en comunión con Dios.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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