domingo, 26 de mayo de 2013

UNA IGLESIA VIVIENTE

Os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios. 1 Tesalonicenses 4:1.

Anhelamos ver que se manifieste en la iglesia el verdadero carácter cristiano; anhelamos ver a sus miembros libres de un espíritu liviano e irreverente; y deseamos con fervor que puedan advertir su elevada vocación en Cristo Jesús. Algunos que profesan a Cristo se esfuerzan hasta lo sumo para vivir y actuar de manera que su fe religiosa se encomiende a sí misma ante personas de valor moral, para que estas sean inducidas a aceptar la verdad. Pero hay muchos que ni siquiera sienten responsabilidad por mantener sus propias almas en el amor de Dios, y quienes, en vez de bendecir a otros por su influencia, son una carga para los que desean obrar, velar y orar...
El tiempo presente requiere hombres y mujeres que tengan firmeza moral de propósito, hombres y mujeres que no sean moldeados o sometidos por ninguna influencia no santificada. Tales personas tendrán éxito en la obra de perfeccionar el carácter cristiano a través de la gracia de Cristo que ha sido dada tan libremente...
Nadie puede triunfar en el servicio de Dios cuya alma no esté enfocada en la obra, y cuente todo por pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo. Quienes retienen reserva alguna, que se niegan a dar todo lo que tienen, no pueden ser discípulos de Cristo, mucho menos sus colaboradores. La consagración debe ser completa. El padre, la madre y los hijos, las casas y tierras, todo lo que el siervo de Cristo posee, debe estar sujeto al llamamiento de Dios y atado sobre el altar sagrado...
Los que buscan por el estudio intenso de la Palabra de Dios y la oración ferviente la conducción de su Espíritu, serán guiados por él. El pilar de nubes los guiará de día y el pilar de fuego de noche; y con un sentido constante de la presencia de Dios, no será posible descuidar su santa ley...
Como el pueblo peculiar de Dios, elevemos la norma del carácter cristiano, para que no perdamos la recompensa que se dará a los buenos y fieles... Debemos obrar nuestra propia salvación con temor y temblor. Quienes se aferran firmemente a la fuente de su confianza hasta el fin, recibirán la corona de gloria inmortal... La sencillez, la pureza, la paciencia, la benevolencia y el amor deben caracterizar nuestra experiencia cristiana.— Review and Herald, 3 de junio de 1880.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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