jueves, 13 de junio de 2013

UN BAÑO DE AMOR

Sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado. Romanos 5:3-5.

A lo largo de toda la cordillera de los Andes se encuentran fuentes de aguas termales, a las que se les atribuyen marcados poderes medicinales. Son muchas las personas que viajan largas distancias para disfrutar de ellas. Debido a sus componentes químicos están indicadas para aliviar enfermedades como la artritis, el reumatismo y otras dolencias de la piel. Un baño en aguas termales también puede ser un buen relajante para la gente nerviosa y estresada. Otros las disfrutan porque aseguran que les proveen un renovado vigor físico y mental.
Esto vino a mi memoria porque hace algunos días, mientras visitaba otra ciudad, encontré un letrero que me llamó la atención. Decía que se ofrecían «baños de amor»; algunos de los elementos usados para tal servicio eran pétalos de rosa, canela y esencias aromáticas que aseguraban atraer el amor.
Aunque los aceites y las esencias son placenteras al olfato y al tacto, no aportan absolutamente nada más. Un verdadero y único baño de amor es el que recibimos cuando hacemos nuestra la promesa del Señor: «Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida en Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados» (Efe. 2:4). «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16).
Recibir un baño del amor de Dios nos pone en condiciones de ofrecer y dar a los demás un amor incondicional; nos hacemos sensibles a sus necesidades y desarrollamos un espíritu de tolerancia y perdón.
Amiga, hoy, antes de iniciar tus actividades, toma un «baño del amor de Dios». Sumérgete en su gracia divina, empápate de sus promesas, limpia tu cuerpo y tu alma de todo mal pensamiento y entonces estarás en condiciones de decir con el apóstol Juan a todos los que te rodean: «Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amamos los unos a los otros. Nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente» (1 Juan 4:11-12).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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