miércoles, 19 de junio de 2013

UN HOMBRE DURO

Lugar: Brasil
Palabra de Dios: Juan 12:32

Jesús dijo: "Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo".
Raimundo estaba sentado solitario junto a la puerta de su casa. Sus amigos y familiares se habían ido a la plaza del pueblo, para escuchar a un predicador extranjero que estaba visitando su ciudad. Por supuesto que lo habían invitado a él también, para que fuera con ellos, pero él se había negado.
-¿Una reunión religiosa? ¡De ninguna manera! -se había burlado.
Su respuesta no sorprendió a nadie. Después de todo, Raimundo tenía la reputación de ser el hombre duro del pueblo. Le gustaba beber y apostar a juegos de azar, y hacía pocos días había golpeado a un hombre, por un desacuerdo.
Ahora, mientras Raimundo estaba sentado en el porche de su casa fumando un cigarrillo, no pudo evitar escuchar el sermón, a lo lejos. Y, cuando el predicador comenzó a leer un pasaje acerca de alguien llamado Jesús, comenzó a escuchar con atención. Le hubiese gustado que el predicador siguiera leyendo.
A la mañana siguiente, Raimundo fue a visitar a uno de los encargados de las reuniones.
-No desperdicie su tiempo tratando de cambiar mi mente -le dijo Raimundo-. No necesito de su religión extranjera. Pero, me pregunto si podría ver el libro del cual leyó el predicador anoche.
El hombre estuvo de acuerdo en dejarle ver el libro. Entró, y salió con una Biblia totalmente nueva. Raimundo abrió el libro en la primera página y, luego de leer el primer versículo, exclamó:
-¡Cualquiera puede entender esto!
El hombre sonrió, al ver la emoción de Raimundo.
-¿Te gustaría tener uno de estos libros? -le preguntó.
Raimundo asintió. ¡No podía esperar a leer por sí mismo las palabras que había oído la noche anterior! Y esa noche fue junto con su familia y sus amigos a la reunión. Al comienzo, se quedó en la parte de atrás, pero antes de darse cuenta se encontraba justo frente al predicador. ¡La Palabra de Dios lo había atraído!

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

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