sábado, 6 de julio de 2013

ENOC

Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años. Génesis 5:22.

De labios de Adán había aprendido la triste historia de la caída y la preciosa historia de la gracia magnánima de Dios, en el don de su Hijo como el Redentor del mundo. Creía y confiaba en la promesa dada. Enoc era un hombre santo. Servía a Dios con un corazón indiviso. Advertía la corrupción de la familia humana, y se separó de los descendientes de Caín y los amonestaba por su gran maldad. Había algunos sobre la tierra que reconocían a Dios, que lo temían y lo adoraban. Pero el justo Enoc estaba tan afligido por la maldad creciente de los impíos que no se asociaba diariamente con ellos, temiendo que la infidelidad de esos hombres pudiese afectarlo y que nunca más fuese a considerar a Dios con la reverencia santa que merecía su exaltado carácter. Su alma se afligía al contemplar que pisoteaban diariamente la autoridad de Dios.
Decidió separarse de ellos y pasar mucho tiempo en la soledad, dedicándose a la meditación y a la oración. Así esperaba ante el Señor, buscando un conocimiento más claro de su voluntad, a fin de cumplirla. Dios comulgaba con Enoc por medio de sus ángeles, y le dio instrucciones divinas. Le hizo saber que nunca más contendería con los seres humanos rebeldes; que era su propósito destruir a la raza pecaminosa trayendo un diluvio sobre la tierra.
El hermoso Jardín del Edén, del cual habían sido expulsados nuestros primeros padres, permaneció hasta que Dios determinó destruir la tierra mediante un diluvio. El Señor había plantado ese jardín y le había otorgado una bendición especial, y en su maravillosa providencia lo retiró de la tierra; y lo volverá a traer, adornado con una gloria mayor [que la que tuvo] antes de que fuera quitado.
Dios tenía el propósito de preservar un espécimen de su obra perfecta de la creación, libre de la maldición que el pecado había desatado sobre la tierra…
Enoc continuó creciendo en su afición por el cielo al comulgar con Dios.
Su rostro irradiaba una santa luz… El Señor amaba a Enoc, porque lo seguía constantemente… Anhelaba unirse cada vez más con Dios, a quien temía, reverenciaba y adoraba. El Señor no permitiría que Enoc muriera como los otros, por eso envió a sus ángeles para que lo llevasen al cielo sin ver la muerte. En presencia de los justos y de los impíos, Enoc fue arrebatado [al cielo] —Signs of the Times, 20 de febrero de 1879.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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