jueves, 4 de julio de 2013

UN SACRIFICIO MÁS EXCELENTE

Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo. Hebreos 11:4.

Estos dos hermanos, Caín y Abel, representan a toda la familia humana. Todos fueron probados en el asunto de la obediencia, y todos serán probados como ellos lo fueron. Abel soportó la prueba de Dios. Reveló el oro de un carácter justo, los principios de la verdadera piedad. Pero la religión de Caín no tuvo un buen fundamento: reposaba sobre el mérito humano. El trajo a Dios algo por lo cual tenía un interés personal: los frutos de la tierra, que habían sido cultivados por su esfuerzo; y presentó esta ofrenda como un favor hecho a Dios, mediante el cual esperaba conseguir la aprobación divina. Obedeció cuando edificó un altar; obedeció cuando trajo un sacrificio; pero solo era una obediencia parcial: la parte esencial, el reconocimiento de la necesidad de un Redentor, quedó fuera…
Ambos eran pecadores, y ambos reconocían los derechos de Dios como objeto de adoración. A todas luces, su religión era la misma, hasta cierto punto en el tiempo; pero la historia de la Biblia nos muestra que hubo un momento en que la diferencia entre ambos se hizo muy notable. Esta diferencia radicaba en la obediencia de uno y la desobediencia del otro.
El apóstol dice que Abel ofreció a Dios un sacrificio más excelente que Caín. Abel captó los grandes principios de la redención. Se vio a sí mismo como un pecador, y vio el pecado y su castigo, la muerte, como un obstáculo entre su alma y la comunión con Dios. Trajo la víctima herida, la vida sacrificada, reconociendo así los reclamos de la Ley que había sido transgredida. A través de la sangre derramada, contemplaba el sacrificio futuro: a Cristo muriendo en la cruz del Calvario. Y al confiar en la expiación que habría de hacerse, tuvo prueba de que era justo y que su ofrenda fue aceptada.
¿Cómo conocía Abel tan bien el plan de salvación? Adán se lo enseñó a sus hijos y a sus nietos… Luego de que Adán pecó, lo sobrecogió una sensación de terror. Un temor constante lo abrumaba; la vergüenza y el remordimiento torturaban su alma. En este estado de ánimo deseaba estar tan lejos como fuera posible de la presencia de Dios, aunque antes le había encantado encontrarse con él en su hogar edénico. Pero el Señor siguió a este hombre atormentado por la conciencia y, aunque condenaba el pecado del que Adán era culpable, le dio una promesa llena de gracia —Signs of the Times, 23 de diciembre de 1886.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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