lunes, 8 de abril de 2013

LA ÚLTIMA ESTACIÓN

El señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan. 2 Pedro 3:9.

Los años de mi infancia y de mi adolescencia los viví cerca de una pequeña estación de ferrocarril. Era la última antes de llegar a la estación central de la ciudad. El tren de las siete de la noche no tenía en su itinerario detenerse en aquella pequeña estación, pero por alguna razón que desconozco, al acercarse a ella el maquinista hacía sonar el silbato y disminuía la velocidad, de tal manera que muchas personas lograban subir al tren sin que este se detuviera por completo.
Solidariamente, los que viajaban en el tren ofrecían su mano para ayudar a subir a los pasajeros improvistos, pues sabían que era la última oportunidad del día que tendrían para abordar un tren y poder llegar a la capital, donde estaban sus hogares.
Querida amiga, nosotras nos aproximamos a nuestro destino final. El tren celestial ya está a punto de llegar a su última estación. Sin embargo, Dios, el maquinista universal, detiene su velocidad para dar tiempo y oportunidad a que todos los viajeros rezagados puedan abordar el tren y llegar al hogar dispuesto para ellos. La Palabra de Dios dice: «Dentro de muy poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará"» (Heb. 10:37).
Gracias a Dios porque nosotras somos viajeras del mundo con un boleto que nuestro Señor Jesucristo pagó en la cruz del Calvario. No obstante, Dios desea que, como muestra de gratitud y amor al prójimo, extendamos nuestras manos para ayudar a los demás, dando apoyo espiritual y cuidado emocional a todos aquellos que tienen pocas posibilidades de llegar a la ciudad de Dios. No nos detengamos a pensar que se suben a última hora, o que no entraba en nuestros planes esforzarnos en su favor, simplemente, tendámosles la mano.
Es nuestra esperanza que cuando lleguemos a nuestro destino final Dios nos diga: «Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí» (Mat. 25:40).
Amiga, ¡hemos de animarnos! Nunca estaremos demasiado ocupadas, cansadas o mayores como para que a Dios le resulte imposible usarnos. Transformémonos hoy en la «mano salvadora» de alguna mujer a quien, por el equipaje demasiado pesado que debe llevar a cuestas, le resulta difícil subir al tren de la salvación por sí sola.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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