sábado, 4 de enero de 2014

ABEL

Abel también presentó al Señor lo mejor de su rebaño, es decir, los primogénitos con su grasa. Y el Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda. Génesis 4:4.

La historia de Abel es la primera de una serie lamentablemente extensa, en la que siempre el justo muere a manos del desobediente.
Abel no merecía morir. Abel se había portado bien y había obedecido fielmente a Dios; pero nada de eso lo salvó de la mano mortal de su hermano. No pienses que por ser obediente, tomar un baño los viernes de tarde y ponerte una corbata los sábados de mañana, estarás absolutamente fuera de peligro. No pienses que por portarte bien, no ir a ciertos lugares y no comer ciertas comidas, tienes un certificado de "intocabilidad". La historia de Abel debería enseñarnos esto: los justos también sufren y también mueren.
Dios no te prometió un mundo sin espinas. Él dijo que en medio del valle de la sombra de muerte estará contigo. Te podrás lastimar, pero tendrás la promesa de su compañía en todo momento.
La historia de Abel me recuerda la décima plaga de Egipto. El ángel del Señor iba a pasar por la tierra de Egipto cumpliendo con la mortal orden divina. La única manera de salvar al hijo mayor de la familia era pintar con sangre de cordero el dintel de la puerta. No importaba cuan bueno o cuan malo fuera. No importaba si iba a la iglesia o no, si cantaba en el coro de jóvenes o no, si fumaba o no. Lo único que el ángel iba a respetar era la sangre en el dintel. El "curriculum espiritual" de la posible víctima no tenía importancia.
Muchas veces, "los pequeños santos modernos" creen que son tan perfectos que no precisan de la sangre del Cordero en el dintel de sus corazones. Pero, cuando eres consciente de tu verdadera condición, llevas ante el altar de Dios lo que él quiere recibir, y no lo que tú tienes ganas de darle.
Puede ser que a los ojos de algunos estés haciendo una insensatez, pero si es lo que Dios pidió, obedécelo: es lo mejor para ti. Vive el día de hoy llevándole a Dios las ofrendas de gratitud que él desea.

Tomado de MEDITACIONES MATINALES JÓVENES
365 VIDAS
Por: Milton Bentancor

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