martes, 8 de marzo de 2016

MANCHÉMONOS LAS MANOS

No ser bueno más que para sí mismo es no ser bueno para nada. Voltaire

“Afirma mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen” (Sal. 17:5).

Un hombre iba caminando por la calle cuando vio a una niña tras una puerta de hierro. La pequeña miraba la puerta y después a la calle, como esperando que alguien pasara para ayudarla. El hombre se acercó y la muchachita le dijo: “¿Podría abrirme la puerta?” Encantado de hacer aquel favor empujó la puerta, que no pesaba nada. “Tú ya eres grande y fuerte para abrir esta puerta, ¿no crees?”, preguntó el hombre. “Claro que sí -respondió la pequeña-. Pero no quiero mancharme las manos de pintura negra”. El hombre se miró las manos y… estaban completamente negras. Así es nuestro egoísmo: deja manchado a quien se cruza en nuestro camino.
“El ser humano estaba dotado originalmente de facultades nobles y de un entendimiento bien equilibrado. Era perfecto y estaba en armonía con Dios. Sus pensamientos eran puros, sus propósitos santos. Pero por la desobediencia, sus facultades se pervirtieron y el egoísmo reemplazó el amor” (Eí camino a Cristo, cap. 2, p. 25). Por esa razón a nosotros, hoy en día, nos cuesta un mundo pensar con generosidad y dar amor sin esperar nada a cambio. Hemos heredado una naturaleza egoísta a la que le cuesta actuar de acuerdo al gran principio del amor, “por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco pueden” (Rom. 8:7, NV1). Nuestra naturaleza es demasiado débil.
Sin embargo, Dios nos invita: “Así pues, hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes; porque en eso se resumen la ley y los profetas” (Mat. 7:12). Por eso mi invitación de hoy para ti (y para mí) es que no dejemos de librar una batalla constante contra el egoísmo y que nos pongamos esta meta en nuestra vida: “Es necesario que haya un poder que obre desde el interior, una vida nueva de lo alto, antes que el ser humano pueda convertirse del pecado a la santidad. Ese poder es Cristo. Únicamente su gracia puede vivificar las facultades muertas del alma y atraerla a Dios, a la santidad” (ibíd, pp. 27, 28).
Busquemos a Cristo, recibamos el poder de Cristo, y nuestro egoísmo desaparecerá.

Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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