martes, 19 de abril de 2016

PLATA, ORO Y UN VESTIDO

Anatema hay en medio de ti, Israel; no podrás hacer frente a tus enemigos, hasta que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros. Josué 7:13.

Con la ciudad de Jericó en ruinas y nadie alrededor, los israelitas debieron de haber pensado que era un excelente momento para encontrar algún buen negocio entre las posesiones del pueblo de Jericó. Pero Dios puso fin a tales pensamientos cuando específicamente les dijo que no tomaran ningún artículo para su uso personal. Todo tenía que pasar por el fuego. Los metales que no se quemarían, tales como la plata y el oro, se iban a guardar para el servicio del Santuario.
Sin embargo, un hombre no pudo resistir la tentación de llevarse algo del botín. Acán robó doscientas monedas de plata, un gran lingote de oro y un manto sofisticado, importado de Babilonia, como los que usualmente usaban la realeza o los muy ricos. Quería tanto los objetos de valor que, mientras el ejército estaba ocupado quemando los edificios, él huyó con los bienes. Sigilosamente, regresó al campamento y los enterró justo debajo de su tienda.
Poco después de la caída de Jericó, Josué envió una reducida compañía de soldados para tomar la pequeña ciudad de Hai. No parecía ser necesario llevar a todo el ejército y, sin pedir consejo a Dios, los israelitas salieron a conquistar la ciudad. Sintiéndose confiados y con la frente en alto, pensaron que Hai sería “pan comido”. Pero los hombres de Hai salieron tras los 3.000 soldados israelitas, los persiguieron y mataron a 36.
¡Qué sorpresa! ”El corazón del pueblo desfalleció y vino a ser como agua’ (Josué 7:5).
Los ancianos lloraron. Josué cayó sobre su rostro ante Jehová, en oración. Entonces, Dios le dijo que se levantara y comenzara a buscar, porque había anatema en el campamento. La codicia había prevalecido.
Dándole a la persona culpable tiempo para arrepentirse, el Señor le dijo a Josué que echara suertes sobre los nombres al día siguiente. Acán permaneció en silencio mientras se echaban suertes sobre la tribu de Judá; luego su familia fue elegida, su casa y, finalmente, su propio nombre.
Cuando ya no pudo esconder más su pecado, confesó. Pero, hay una gran diferencia entre admitir los hechos después de que son probados y confesar los pecados de antemano. Acán fue sentenciado a muerte porque representaba a todos los que se aferran a su codicia.
En el día del Juicio Final, muchos encontrarán que es demasiado tarde para confesar el anatema que se ha convertido en su dios.

Tomado de devoción matutina para menores 2016
¡GENIAL! Dios tiene un plan para ti
Por: Jan S. Doward
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