miércoles, 4 de mayo de 2016

CONSOLADA PARA CONSOLAR

Es un pésimo consolador aquel que nunca ha necesitado ser consolado. Charles F. Stanley

Cuenta UNA ANTIGUA HISTORIA china que una mujer, deprimida por la muerte de su hijo, le preguntó a un sabio: “¿Qué rezo o poción mágica podría devolver la vida a mi hijo?” El sabio le contestó: “Tráeme una semilla de mostaza de un hogar que nunca haya conocido el dolor y la usaremos para arrancar el dolor de tu vida”.
El primer lugar al que llegó aquella desconsolada mujer era una mansión. Golpeó la puerta y dijo: “Estoy buscando un hogar que no haya conocido nunca el dolor. ¿Es este hogar así?” “No”, le respondieron, y le contaron los terribles acontecimientos que habían vivido. Entonces, la mujer pensó: “¿Quién mejor que yo para ayudar a esta gente?” Tras consolar a aquella familia, continuó su búsqueda pero, dondequiera que iba, chozas y palacios por igual, encontraba historias de dolor y desgracia. Pronto se implicó tanto en las desdichas ajenas que olvidó, no solo la semilla de mostaza, sino su propio dolor.
“Lo siento mucho”, decimos a veces, cuando en realidad no lo sentimos; “Dios proveerá”, añadimos, pero no reparamos en la provisión de Dios en nuestra propia vida; “Te entiendo”, aunque no entendemos en absoluto el dolor ajeno hasta que nos toca a nosotros sufrir… ;y en Dios hallamos consuelo! Decíamos ayer que parte del sentido que tiene el sinsentido del sufrimiento es que Dios puede utilizarlo para producir en nosotros frutos de fe y crecimiento espiritual. Otro de los sentidos es que Dios logra, cuando atravesamos situaciones dolorosas, enseñamos a llevar consuelo a los demás.
“Alabado sea Dios […], quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren. […] Si sufrimos, es para que ustedes tengan consuelo y salvación; y si somos consolados, es para que ustedes tengan el consuelo que los ayude a soportar con paciencia” (2 Cor. 1:3-6, NVI). Consolar a alguien es mostrarle el camino para hallar consuelo en Cristo, y superar así el desconsuelo que le generan sus propias circunstancias.
Y por si fuera poco el privilegio que Dios nos concede de aprender a llevar consuelo con palabras plenas de significado, “al tratar de consolar a los demás con el consuelo que hemos recibido, la bendición refluye sobre nosotros” (El ministerio de curación, cap. 18, p. 170), pues olvidamos nuestras propias penas.

“Si somos consolados, es para que ustedes tengan el consuelo que los ayude a soportar con paciencia” (2 Cor. 1:6, NVI).

Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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