miércoles, 8 de febrero de 2017

EL EGOÍSMO NO PUEDE COMPRENDER EL AMOR

«Junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono […] y seré semejante al Altísimo». Isaías 14: 13-14

Al nacer Jesús, Satanás supo que había venido un Ser con la encomienda divina de disputarle su dominio. Tembló al oír el mensaje del ángel que atestiguaba la autoridad del Rey recién nacido. Satanás conocía muy bien la posición que Cristo había ocupado en el cielo como amado del Padre. El hecho de que el Hijo de Dios viniese a esta tierra como hombre le llenaba de asombro y temor. No podía comprender el misterio de este gran sacrificio. Su alma egoísta no podía comprender tal amor por la familia humana.
Los seres humanos no conocían la gloria y la paz del cielo y el gozo de la comunión con Dios; pero Lucifer sí los conocía, él había sido el querubín protector. Puesto que había perdido el cielo, estaba resuelto a vengarse haciendo participar a otros de su caída.
Esto lo lograría induciéndolos a menospreciar los asuntos celestiales, y poner sus afectos en los terrenales. […] La imagen de Dios se manifestaba en Cristo, y Satanás, en consulta con sus demonios, se había propuesto vencerle. Ningún ser humano había venido al mundo y escapado al poder del engañador. Todas las fuerzas del mal se concentraron en asediar a Cristo y, si era posible, vencerlo.
En ocasión del bautismo de Jesús, Satanás se hallaba entre los testigos. Vio la gloria del Padre que descendía sobre su Hijo. Oyó la voz de Jehová dar testimonio de la divinidad de Cristo. Desde la caída, la raza humana había estado privada de la comunión directa con Dios; la comunión entre el cielo y la tierra se había realizado por medio de Cristo; pero ahora que Jesús había venido «en semejanza de carne de pecado» (Rom. 8: 3), el Padre mismo habló. Antes se había comunicado con la humanidad por medio de Cristo; ahora se comunicaba con la humanidad en Cristo. Satanás había esperado que el aborrecimiento que Dios siente hacia el pecado produjera una eterna separación entre el cielo y la tierra. Pero ahora era evidente que la relación entre Dios y el ser humano había sido restaurada.
Satanás vio que debía vencer o ser vencido. El desenlace del conflicto eran demasiado trascendentales como para ser confiados a sus ángeles aliados. Debía dirigir personalmente la guerra. Todos los poderes del mal se unieron contra el Hijo de Dios.  Cristo se convirtió en el blanco de todos los ataques del infierno.— El Deseado de todas las gentes, cap. 12, pp. 94-95.

Tomado de lecturas devocionales para Adultos 2017
DE VUELTA AL HOGAR
Por: Elena G. de White
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