sábado, 18 de enero de 2020

EL HIJO PERDIDO


“Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde’. Y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo, el hijo menor se fue lejos a una provincia apartada, y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente” (Lucas 15:11-13).

Kenneth Bailey, un experto en Nuevo Testamento que vivió en el medio Oriente muchos años, preguntó repetidamente a multitud de personas lo que significaría si un hijo le pidiera a su padre la herencia. La respuesta siempre fue la misma; el significado de esa petición es lo mismo que decir: “Padre, ¡deseo tu muerte!” En el contexto de aquel tiempo y lugar, una herencia solo estaba disponible después de la muerte del progenitor. Además, el hijo menor contaba con muy pocas posibilidades de recibir herencia, pues la parte mayor siempre iba al primogénito. Por lo tanto, la petición “dame la parte de los bienes que me corresponde’’ representa una clara insolencia.
Pero el joven hizo algo aún peor. La expresión “juntándolo todo” (sinagós) significa que vendió su herencia y la convirtió en efectivo. A continuación, se marchó a malgastarlo. Esto constituye una violación flagrante de la tradición judía. La Mishná, que recoge el legado oral israelita acumulado a lo largo de los siglos, indica que cuando un padre escogía entregar en vida la herencia a su hijo, ya no podía venderla por haber pasado al descendiente. Pero su hijo tampoco podía venderla por estar aún bajo el control del padre. Cualquier operación de venta solo se permitía después del fallecimiento del padre.
El resto de la historia (vers. 14-24) es conocido: el hijo pródigo malgastó todo, padeció hambre y necesidad y acabó apacentando cerdos. Un día volvió en sí y decidió regresar a la casa paterna, no ya como hijo, sino como sirviente. El padre no le recriminó su abominable conducta, sino que “cuando aún estaba lejos, lo vio y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó” (vers. 20). Le puso ropa fina, sandalias y el anillo de autoridad, haciendo una gran fiesta para regocijo de todos.
La parábola puede aplicarse a cada uno de nosotros que, en algún momento, decidimos alejarnos del Padre celestial y usar sus dones en la complacencia propia. Puede que estés apartado de Dios y te sientas indigno para regresar. La transgresión de la historia de hoy es colosal, pero no fue obstáculo para que el padre lo recibiera.
Dios está dispuesto a perdonarte, correr hacia ti, echarse a tu cuello y besarte para que disfrutes de tu verdadera condición: la de su amado hijo.

DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2020
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020

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